El calificativo de hipócrita se ha generalizado entre los políticos.
Todos entre sí se califican de hipócritas: los que dicen defender ciertos valores y actúan en contra de estos; los que dicen una cosa y hacen otra; los que piensan algo, pero dicen lo que conviene decir y actúan diferente.
Se justifica que los políticos se califiquen como hipócritas. En general, sí lo son, salvo muy muy pocas excepciones, con los que me disculpo por este artículo.
Decir político encumbrado e hipócrita es, desgraciadamente, un pleonasmo.
Para encumbrarse en la política, se requiere practicar la hipocresía, porque es un antivalor necesario para subir: ofrecer, agacharse, alabar interesadamente, traicionar. Se considera normal y necesario ser doble.
Para los políticos, no existen castigos políticos, legales o sociales por ser hipócrita. El descrédito que sufren es una consecuencia molesta pero menor.
Desde el presidente hasta el último político encumbrado, se dice lo que conviene decir cuando conviene decirlo y se actúa como convenga según las circunstancias.
Son honrados y capaces los que piensan igual y traidores, corruptos y ladrones los que no.
El principio aplicable es negar ser hipócrita y aplicarles el calificativo a los contrarios.
Los políticos se promueven como íntegros durante sus campañas y enfatizan supuestas diferencias con los otros que, según ellos, sí son hipócritas.
La falsedad se manifiesta al momento de encumbrarse. Inician con un discurso conciliatorio, declarando que se gobernará para todos, con los más competentes, para de inmediato enfocarse en beneficiar a los correligionarios con puestos para los que son incapaces y beneficiarlos con prebendas por su apoyo en las campañas.
Rodearse de subordinados dóciles - “yes men”- es otra de las hipócritas acciones. Gabinetes que son listado de incapaces, que llegan a donde nunca lo esperaron y que le deben todo al jefe.
Al mediar su mandato, después de varios años de abundante incienso por seguidores y vividores, el jefe levita y se siente capaz de aconsejar a otros gobiernos y a otros mandatarios y al mundo. Preparan el ego para lanzarse al siguiente escalón.
El hipócrita político tiene por norma nunca, nunca, aceptar un error. Se debe culpar a alguien más. En los primeros dos años, aunque algunos se pasan todo el período, hay que culpar al anterior gobierno, terremoto, pandemia, recesión global, o a algún extranjero, pero jamás a uno mismo o a sus correligionarios.
Ser hipócrita, tiene sus ventajas, pero también sus costos. Los de tipo político se reducen o eliminan con propaganda: para eso están los miles de millones que se gastan anualmente en convencer al pueblo bueno que no se es hipócrita y que somos diferentes. Que somos nuevos. Al pueblo bueno se le convence por la tele y el internet.
Los costos fuertes son de tipo personal. Principalmente, el aislamiento. No es posible ser hipócrita y tener relaciones personales sanas, sólo las de quienes nos alaben, refuercen nuestra imagen y nos mientan. Acaban sin amigos verdaderos, sin familiares cercanos y muchas veces sin pareja o hijos.
Sólo política, sólo intereses, solo ambición.
Por eso la vida de político es, generalmente, una vida disfuncional, infeliz y vacía. Nunca será suficiente el puesto, los elogios, el poder o el dinero. Siempre sienten merecer más.
Por eso los diputados se sienten gobernadores, los gobernadores reyes y los presidentes dioses.
Todo esto no sería tan malo, si estos hipócritas no fueran los paradigmas y el ejemplo para muchos jóvenes que quieren verdaderamente iniciarse en el servicio público. Si no fueran los ídolos mediáticos de los más pobres e ignorantes. Si no estuvieran manejando gobiernos que, en lugar de dedicarse a procurar el Bien Común, se convierten en plataforma personal, de sus partidos y de sus egos y fobias.
Entre otras cosas, por eso los gobiernos no funcionan bien. Por eso le deben tanto a la gente y a la sociedad, por eso no son apreciados ni reconocidos. Por eso existen 60 millones de personas en la pobreza y por eso México no avanza.
Son iguales. Son todos de la vieja política. Son hipócritas. Todos se han corrompido.
Que me perdonen los escasísimos políticos honestos e íntegros. Sí hay algunos. Ojalá no se corrompan.
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