Don Ramón María de Valle Inclán creó un estilo de teatro nuevo y sorprendente para su época y para la nuestra: los esperpentos. Las obras se desarrollan en Madrid y la trama teatral es llevada a extremos absurdos, pues se exagera la realidad para llegar más fácilmente a los sentimientos del espectador.
Esta innovación en el teatro moderno se puede trasladar a la vida política y social. Todos los países han tenido experiencias políticas que podemos calificar como esperpénticas; ocurren a pesar de que su trama pareciera imposible de suceder para los pueblos que los padecen, así como para vergüenza de quienes los protagonizan.
Podemos señalar algunos ejemplos de ello: en Francia, cuando Bonaparte, un general revolucionario, se convierte en un monarca absoluto y lleva a la desdicha al pueblo francés; cuando Mussolini, un joven socialista, organiza una marcha sobre Roma para convertirse en un dictador fascista que lleva a su país a la tragedia política, económica y a la vergüenza histórica; estos y otros muchos que, a la larga, han sido arrojados al basurero de la historia por sus pueblos.
En México, por desgracia, hemos tenido varios hechos esperpénticos: la coronación de Agustín de Iturbide para hacerse llamar Emperador de México; la Ley del Caso promulgada por Gómez Farías en 1833, con la finalidad de expulsar del país a mexicanos sin ninguna otra causa que la antipatía del Poder Ejecutivo; la presidencia de Pedro Lascuráin que duró 45 minutos, tiempo suficiente para entregarle el poder a Victoriano Huerta.
Este 1° de junio nos enfrentamos a un nuevo hecho esperpéntico; hemos sido convocados a unas elecciones que nadie ha solicitado, que no son deseadas ni por los electores ni por los presuntos electos; que nadie sabe las ventajas de llevarlas a cabo; que se prevé una abstención abrumadora, por mucho que nos quieran decir que eso no importa; que convierte a uno de los poderes fundamentales del Estado, el Judicial, de un órgano técnico jurídico a un acólito político del poder; que no está garantizada la limpieza de los resultados que nos van a presentar; y, lo peor de todo, que es un atentado contra la inteligencia de los mexicanos.
Es evidente que ante este panorama nadie debe ir a votar ni prestarse a engrosar este espectáculo esperpéntico que está a punto de presentarse en el escenario político nacional.
Profesor de la Facultad de Derecho, UNAM