Para hacer frente al incremento de la demanda estudiantil, así como para incorporar nuevas materias y métodos de enseñanza, en la década de los años 70 se crearon: a nivel profesional, entidades multidisciplinarias; a nivel de educación media superior, los Colegios de Ciencias y Humanidades; y, a lo largo y ancho de la República, delegaciones que fungían como centros de enseñanza satélites.
En el periodo del doctor Sarukhán se crearon los Consejos Académicos de Área, que agilizan el funcionamiento de los procesos universitarios en forma notable y que quitaron carga de trabajo al Consejo Universitario.
Es un fenómeno común proponer, sin importar las consecuencias, tanto a nivel nacional como a nivel universitario, modificar nuestros textos rectores.
A nivel nacional, cuando se pide una nueva Constitución se arguyen motivos de diferente calidad y cantidad; lo mismo pasa con nuestra Ley Orgánica.
No considero conveniente ni prudente en estos momentos pensar en estas modificaciones; ni por las disposiciones contenidas en el texto, ni por la situación política y social del país, ni por quiénes podrían formar parte de un Congreso Constituyente o del Congreso federal que reformaría la Ley Orgánica. Estos cambios traerían muchísimos problemas y ninguna ventaja.
Un Congreso Constituyente se justifica, como explica Carl Smith, cuando las decisiones fundamentales de un Estado no satisfacen los deseos de los ciudadanos; lo mismo pasa con nuestra Ley Orgánica. Si bien todo documento es perfectible, alterar las decisiones fundamentales que nos han permitido vivir durante todo este tiempo de forma ordenada y regular, podría derrumbar el eje base de la vida universitaria y del funcionamiento de nuestra casa.