Decía Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena, que la verdad será siempre verdad, aunque todo el mundo diga que es mentira. Nos quieren hacer creer que el proceso electoral del domingo fue un éxito; todos sabemos que fue un fracaso monumental.
El 1 de junio presenciamos el desastre, por demás anunciado, de unas elecciones sin finalidad, sin sentido y sin base jurídica ni política.
La iniciativa tenía, evidentemente, muchísimos defectos de fondo; convertir un poder técnico jurídico, como debe ser un Tribunal que ejerce funciones jurisdiccionales, en un escalón de una carrera política es un error desde cualquier óptica.
Por si fuera poco, los encargados de hacer el proyecto, que se convertiría luego en ley, se equivocaron una y otra vez. No hicieron ningún examen o análisis profundo del proyecto, únicamente se enfocaron en materializar la voluntad de un bloque político sin considerar los diversos errores jurídicos, lógicos y hasta gramaticales.
Ante las observaciones hechas por auténticos especialistas, la única respuesta dada por quienes participaron en el proceso para su elaboración fue un bombardeo de calificativos negativos sin ningún sustento: fascistas, neoliberales, antimexicanos, etcétera.
El proceso se llevó a cabo, como todos suponíamos, con el desprecio popular; hasta los más acérrimos defensores de sus promotores brillaron por su ausencia y, los resultados preliminares que hemos tenido hasta el momento, demuestran la falta de sentido que tuvo la convocatoria.
Se habla de una participación del 12% del padrón. Sin embargo, las cifras llegadas hasta el momento, escuetas y oscuras, nos indican que más del 10% de las boletas son nulas, lo que implicaría que los votos formalmente válidos no llegan al 9% del padrón general.
La consulta popular contó con el desprecio de quienes fueron convocados a las urnas. Ni los grupos ideológicamente más afines al gobierno acudieron al llamado de solidaridad política.
Lo más preocupante es que el desastre de la convocatoria no es lo peor del proceso; la puesta en marcha de esta pretendida reforma traerá problemas insospechados para quienes la llevaron a cabo.
Al final, los amanuenses encargados de redactarla tendrán que argumentar las causas de su ya más que evidente fracaso.
Profesor de la Facultad de Derecho, UNAM