A lo largo de los últimos años se ha incrementado el asedio contra la Universidad Nacional Autónoma de México; unas veces abierto, otras embozado con ataques jurídicos, políticos y de prensa hacia su imagen, todos ellos actos de violencia injustificados.
En el Colegio de Ciencias y Humanidades del Sur, un alumno fue atacado por uno de sus compañeros y falleció. Este hecho reprobable en el que la Universidad tiene injerencia indirecta, pero que, desde luego, implica para ella atender a lo ocurrido, motivó una serie de quejas, protestas y la suspensión de labores en algunas áreas.
Asimismo, el día 2 de este mes se conmemoró la matanza de Tlatelolco; los que asistieron a la manifestación se encontraron con quienes lamentaban la muerte del estudiante fallecido, así como con quienes, sin justificación ni explicación alguna, iniciaron una agresión indiscriminada.
Estos actos absurdos de violencia primitiva derivaron en lesiones a policías, a compañeros, a la población de la Ciudad y a las instalaciones del Centro Cultural de Tlatelolco, por parte de ese grupo ya identificado, pero cuya composición se pierde entre el fanatismo y los mercenarios.
Parecen no recordar que en el movimiento estudiantil de 1968 no se realizó ningún acto de violencia de su parte, no hubo ni un cristal roto, al contrario, la primera agredida fue la Universidad que desde el propio 26 de julio fue atacada con un arma de alto calibre que derrumbó la puerta del edificio de San Ildefonso y que en los meses subsiguientes serían ocupadas sus instalaciones para, finalmente, llegar a la tragedia de la plaza de Tlatelolco. Estos estudiantes quieren celebrar, que no conmemorar, los ataques a la Universidad volviendo a realizarlos.
La pasividad de las autoridades, lo absurdo de no intervenir para permitir la libre expresión y la decisión de dejar indefensos a los policías evidencian no solo su incapacidad, sino que muestran indicios de un posible contubernio.
Para evitar más situaciones como ésta, la Universidad tiene que ser defendida, como lo ha sido hasta ahora, por los propios universitarios; los de ayer, los de hoy y los que mañana quieren llegar a sus aulas para poder formarse en la que ha sido, es y seguirá siendo, la Casa de la Libertad de México.
Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM