La OEA, desde su creación en 1948, ha tenido muchos cuestionamientos por su funcionalidad y liderazgo, en particular, por el control que Estados Unidos tiene de ella. Aunque desde el artículo 1 de su carta establece “un orden de paz y de justicia, fomentar la solidaridad, robustecer la colaboración y defender la soberanía, la integridad territorial y la independencia de la región”, en los hechos no ha sido así. La OEA avaló las intervenciones americanas en Nicaragua, Guatemala, Cuba, República Dominicana, Chile, Panamá, Grenada, Haití, Venezuela, Paraguay y más recientemente Honduras, sin ningún tipo de sanción o castigo a Estados Unidos.
Si bien es cierto han sido contantes las críticas al organismo por parte de diversos actores políticos por éste y otros hechos de parcialidad, es con la asunción de Luis Almagro como Secretario General que se ha vuelto aún más cuestionable el papel de la OEA. Pese a que en su discurso de posesión se comprometió a “trabajar para todos los países de la región sin excepción y de poner fin a fragmentaciones innecesarias, así como a buscar soluciones prácticas a los problemas existentes”, su actuar ha sido totalmente contrario. Obsesionado con la caída del régimen venezolano, ha poyado incondicionalmente a los gobiernos de derecha que conforman el grupo de Lima. Sin embargo, no hemos visto al Secretario General de la OEA trabajando o haciendo el menor pronunciamiento ante la terrible situación de asesinatos contra líderes sociales y defensores de derechos humanos en Colombia, la represión social en Brasil y Chile, la grave situación sociopolítica que enfrenta Centroamérica, que obliga a migrar a miles de personas, tampoco a lo que ocurre con la nación haitiana. Para Luis Almagro estos no son problemas relevantes, pero sí lo es Bolivia.
Tras las elecciones de octubre de 2019, donde resultó ganador Evo Morales para un cuarto mandato en primera vuelta y, debido a la suspensión del conteo rápido que hizo el Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Bolivia, la reacción de la oposición, la OEA, Estados Unidos, así como los gobiernos de Colombia y Argentina fue dudar del resultado, hablar de fraude y exigir un balotaje. Esta idea de supuesto fraude se convirtió en el mejor pretexto para generar las acciones violentas de la oposición, quienes con el apoyo de las fuerzas armadas obligaron a dimitir al presidente reelecto Evo Morales y a exiliarlo. De inmediato, Almagro confirmó que auditaría el proceso electoral, del cual salió un informe que llegaba a la conclusión que “las manipulaciones e irregularidades señaladas no permiten tener certeza sobre el margen de victoria del candidato Evo Morales sobre el candidato Carlos Mesa. Por el contrario, a partir de la abrumadora evidencia encontrada, lo que sí es posible afirmar es que ha habido una serie de operaciones dolosas encaminadas a alterar la voluntad expresada en las urnas”. Almagro, después de la presentación del informe final, en una actitud malintencionada señalaba que “el único golpista era Evo Morales, pues en Bolivia hubo una renuncia y una sucesión constitucional, debido a un fraude electoral abusivo”. Curiosamente, tiempo después un estudio realizado por los especialistas en integridad electoral Jack Williams y John Curiel del MIT Election Data and Science Lab, concluiría que no había ninguna evidencia estadística de fraude en las elecciones presidenciales.
Ahora la actitud de Almagro fue diferente con las nuevas elecciones. No solo no cuestionó la militarización de las calles antes y durante la jornada electoral, lo que no ocurría en el país desde hace décadas, sino que ante el anuncio del TSE 24 horas antes de abrir las urnas, de que no se usaría el sistema de conteo rápido de votos, lo que podría retrasar varios días el resultado final, no dijo nada. Esta decisión que cuestionó tanto en la elección pasada, ahora la consideraba como “una medida de forma transparente que privilegia certeza y busca evitar poner en riesgo la difusión correcta de los resultados”
Para mala suerte de Luis Almagro, las votaciones muestran una vez más un triunfo contundente del Movimiento Al Socialismo con datos parecidos al que desconoció meses atrás. ¿Qué podrá argumentar ahora luego de contribuir a dar un golpe de Estado en la región que ocasionó un derramamiento de sangre innecesario? Podemos decir sin temor a equivocarnos, que los verdaderos perdedores de las elecciones bolivianas no solo son Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, fueron Luis Almagro y una vez más la OEA.
Investigador del CIALC