El pasado domingo se posesionó como presidente de República de Colombia Gustavo Francisco Petro Urrego, convirtiéndose en el primer mandatario de izquierda luego de doscientos años de exclusión del poder de esta corriente política.
Esta posesión estuvo llena de simbolismos que revelan la magnitud histórica del evento. Debe destacarse la ausencia de la alfombra roja que siempre prevaleció en otras ocasiones, donde se buscaba enfatizar más el espectáculo elitista y un glamur al estilo Hollywood, antes que el compromiso que se adquiría con la nación.
Contrariamente, el pasado domingo por primera vez fue una fiesta popular multicultural de principio a fin, que llenó todas las plazas principales del país celebrando el cambio. También deben destacarse los invitados de honor, que en esta ocasión no fueron como siempre los grandes empresarios, las figuras tradicionales del poder, no, Gustavo Petro invitó y reconoció a un pescador, una barrendera, un campesino y un grupo de jóvenes afrodescendientes entre otros, refrendando con ello su compromiso social. Un acto cargado de mucho significado hacia la paz fue que la banda presidencial no la colocó el presidente del congreso Roy Barreras como está estipulado, sino que lo hizo María José Pizarro, la hija de Carlos Pizarro, candidato presidencial asesinado en 1990 luego de ayudar en la desmovilización del M-19. Otro de los mayores símbolos fue la orden del presidente como máximo jefe de las fuerzas armadas de traer la espada de Bolívar, contrariando la orden negativa que horas antes había dado su antecesor Iván Duque. Es la espada del pueblo dijo el presidente, es el emblema por lograr la justicia en el país, por eso señaló, que no se envainará hasta que no se alcance esa causa.
Sumado al poder de los símbolos de la posesión, así fue el discurso del mandatario donde desarrolló lo que serán las líneas de trabajo de su gobierno. Un primer énfasis fue contra la violencia, contra esas seis décadas de conflicto armado, de una guerra continua que tantas victimas ha dejado y, de ahí, su decisión de trabajar duro para conseguir la paz verdadera y definitiva. No en vano desde la campaña habló de la necesidad de un dialogo nacional con todos los actores del conflicto social y político, por eso, mucho de su discurso y compromiso giro en ese sentido. Otra gran preocupación planteada es la pobreza, la desigualdad social, enfatizando como un despropósito y una amoralidad que en Colombia el 10% de la población tenga el 70% de la riqueza, de ahí su llamado a no naturalizar la desigualdad y la pobreza y su deseo como gobierno de cambiar esa triste realidad del país. Mostró el interés que tiene su gobierno de transitar del petróleo a energías renovables, pasar de ese extractivismo que viene destruyendo el medio ambiente de diversas regiones, a un incremento de la producción campesina, para lo cual se recuperarán tierras improductivas, así como la generación de un nuevo sistema pensional.
Pero no son pocos los retos que esperan al nuevo presidente colombiano. El mandatario hereda una economía con un gran déficit fiscal, una alta inflación, una desproporcionada e injustificada deuda que tendrá que enfrentar y pagar. Deberá combatir el narcotráfico y acabar con la violencia social, económica y política que viene azotando al país en las últimas décadas, lo que implicará un esfuerzo mayúsculo de todo su gabinete, así como de las fuerzas armadas de las cuales deberá ganar su confianza. En ese sentido, deberá mantener y lograr nuevos procesos de paz con todos los grupos al margen de la ley, con grandes diálogos y acuerdos nacionales e internacionales. La pobreza y la desigualdad social, así como los problemas ambientales, de empleo, de salud y educación, requerirán de enormes recursos que hoy se buscan a través de una propuesta tributaria, pensada desde principios constitucionales de equidad, eficiencia y progresividad. En el entorno internacional, deberá reconstruir las relaciones que dañó el uribismo con varios países en la región latinoamericana, con los Estados Unidos y, de manera particular, con la Venezuela de Maduro.
Los colombianos votaron a favor de un verdadero cambio y por eso el nuevo gobierno tiene el compromiso no fallarle a sus electores, de que todos los grandes errores de los gobiernos pasados se conviertan en la experiencia que le permita al presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez, construir un mañana más equitativo y humano que tanto necesita el país.