Con el histórico triunfo de Gustavo Petro en Colombia el pasado 19 de junio, la izquierda se fortalece en América Latina y son varios los factores que deben contemplarse ante este interesante panorama electoral.
Que partidos progresistas hayan resultado ganadores en las últimas elecciones no debería ser algo que nos sorprenda, si miramos la situación económica, política y social que se viene presentando desde décadas atrás en la región.
El modelo neoliberal no logró consolidar un desarrollo económico que le permitiera obtener a los diversos sectores de la población, los beneficios que los gobiernos en turno de la derecha y la extrema derecha siempre prometieron para ser elegidos. Por el contrario, se consolidó y aumentó la desigualdad social, la pobreza, así como la exclusión de los beneficios económicos de campesinos, indígenas y afrodescendientes, quienes con sus territorios la generaban. Además, por un desaforado endeudamiento internacional que ha venido pagando la clase trabajadora mediante sistemas fiscales asfixiantes, con lo cual la situación se ha hecho insostenible. No podemos dejar de lado los efectos de la pandemia, que deterioró aún más economías que ya eran de por sí precarias.
En lo político el panorama es igual de sombrío, porque los votantes perdieron la credibilidad en los partidos políticos tradicionales, en sus propuestas populistas que no cumplían o que lo hacían a medias. Se dieron cuenta de la forma descarada en que se repartían el poder y sus beneficios, limitando, cuando no negando, el acceso a movimientos políticos progresistas que siempre fueron vistos como un peligro para la nación. Las constantes prácticas corruptas de congresistas y políticos con millonarios desfalcos que quedaban impunes, mostraron que la voracidad de los padres de la patria no tenía límites.
Las difíciles posibilidades para las personas jóvenes de incorporarse al aparato educativo y productivo llevó a estas nuevas generaciones al desamparo y la frustración. La carencia y la mala calidad de los servicios públicos sumergieron a amplios sectores de la población a pagar su proceso de privatización. La violencia social y política contra los movimientos sociales, las feministas, campesinos, indígenas y afrodescendientes, defensores de derechos humanos, así como de la población LGBTIQ+, hicieron entender que con ese tipo de gobiernos no tendrían ninguna oportunidad.
Incide también que han comenzado a emerger en la región políticos con discursos distintos de esa izquierda radical de los años setenta, que instalaron figuras como Hugo Chávez y que hoy se mantienen en el poder con Maduro y en Nicaragua con Ortega. Estos nuevos movimientos no centran su interés en el cambio del modelo, sino en la transformación de su forma, de beneficios más equitativos, en pasar de modelos extractivos a modelos socialmente productivos, buscando la protección del medio ambiente.
Lo cierto del caso es que estos liderazgos de izquierda tienen una incidencia en el mapa político regional. En ese sentido, el efecto inmediato es la recomposición de las relaciones con los Estados Unidos, las cuales pasan de procesos de sumisión como se habían caracterizado siempre, a dinámicas de concertación, de diálogo de más igualdad. A la par con lo anterior, se fortalecen vínculos con la región asiática y Rusia. La OEA, que era el organismo multilateral más representativo, pasó a un segundo plano, no sólo por el liderazgo sectario de Almagro, sino por su proceder político en todos estos años, en especial porque no logró entender que América Latina cambió y de ahí la necesidad de un nuevo proyecto de integración. Hoy la región se construye desde liderazgos sociales que les preocupan los derechos sociales, políticos, económicos, ambientales y culturales. Es una región con líderes que miran a futuro y lo protegen desde sus territorios y sus riquezas; por eso no aceptan más relaciones desiguales, de exclusión, de explotación; que quiere ser protagonista de decisiones en el escenario internacional.
Pero los retos para estos gobiernos de izquierda no son pocos. En lo económico, deberán enfrentarse a la creciente e incontrolable inflación, los pobres presupuestos, el escaso acceso a crédito, el estancamiento de las economías, las enormes deudas internacionales y una recesión que está a la vuelta de la esquina.
En lo político, estos gobiernos tendrán que conciliar y negociar con esas élites políticas tradicionales aferradas al poder y que lideran las oposiciones legislativas de forma desafiante. Pero quizás el principal reto será cumplir con sus electores, con esos diversos sectores sociales y populares que les dieron su apoyo y los ven como una esperanza para un mejor vivir, para quienes será fácil darles la espalda en las urnas si les fallan. América Latina está cambiando, es otra, debemos entenderlo y trabajar en su reconstrucción.
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