Pareciera que el autoritarismo está de moda en América Latina y el Caribe. Nicolás Maduro en Venezuela, ha generado en esa nación sudamericana la mayor crisis económica y humanitaria de su historia, obligando a millones de personas a migrar por toda la región. Daniel Ortega en Nicaragua buscando mantenerse en el poder de forma indefinida, ha violentado el estado de derecho y ha desencadenado una persecución feroz hacia toda aquella persona, grupo político u organización social que se atreva a disputarle el control del estado. Pero si estos comportamiento políticos de gobiernos considerados socialistas preocupan que decir de los que se auto proclaman como de derecha.
Bolsonaro en Brasil desde el mismo momento de su posesión demostró que no respetaría los poderes legislativo y judicial por lo que mandaría con los militares, a quienes no solo les dio los cargos más importantes, sino que además, les otorgó autorización para actuar a sus anchas, en un país donde la sombra de la dictadura renace. Que decir de Colombia cuyo presidente Duque arropado por el poder que le da el expresidente Uribe tiene el control del Congreso, la Fiscalía, la procuraduría, los órganos de defensa de derechos humanos y en donde las escandalosas cifras de muertes de líderes sociales, sindicales, académicos y estudiantes, han generado las protestas de todas las organizaciones internacionales defensoras de derechos humanos. Podríamos recordar también lo que en su momento fue el golpe de Estado que se dio en Bolivia y en donde en los pocos meses que duró, las acciones de los golpistas fueron claramente las de destruir las instituciones y la democracia existente.
Como si este panorama político no fuera preocupante, vemos que el presidente Bukele del Salvador ha logrado con el apoyo de varios de los jueces que puso a su servicio en la Corte Suprema de Justicia, la reelección presidencial. Pero lo preocupante no solo es el hecho de un segundo mandato que no le servirá de mucho a la afligida nación salvadoreña, sino las prácticas que ha venido desarrollando desde que comenzó su gestión presidencial. Hay que recordar el control y uso desmedido de las redes sociales desde las cuales hizo muchas de sus falsas promesas electorales y que además le sirven para denostar, quitar y poner a quien quiere. Que decir de la supresión de secretarias de la presidencia y prácticas violatorias de derechos laborales de servidores públicos. Más escandaloso y preocupante fue el hecho de que irrumpiera en la sede de la Asamblea Legislativa junto a militares armados, intimidando a los legisladores para que le aprobaran un polémico crédito destinado para la compra de equipamiento del ejército y la Policía.
De su falta de respeto a las instituciones no solo son sus discursos incendiarios inspirados en el expresidente Trump, sino sus prácticas antidemocráticas como la que está en curso que es lograr que sus diputados en el Congreso aprueben la jubilación de jueces y magistrados mayores de 60 años, o que tengan más de 30 años de servicio, con lo cual tendría el control total poder Judicial. Por todos estos hechos se pronunció con preocupación Human Rights Watch.
En un país como el Salvador donde la pobreza supera el 30%, donde Bukele no ha logrado garantizar las condiciones de seguridad y de crecimiento económico que prometió, de donde tienen que salir diariamente cientos de migrantes huyendo de la violencia, el desempleo y la corrupción, torcer la ley para lograr una reelección es un camino al autoritarismo.