Tiene mucha razón el presidente López Obrador cuando repite que el poder atonta a los inteligentes, y a los tontos los vuelve locos. Es una forma de traducir lo que ha dicho David Owen, ex ministro británico de relaciones exteriores: “el poder intoxica tanto que termina afectando el juicio de los dirigentes y los lleva a sentirse únicos, llamados por el destino a cumplir grandes hazañas”. Por mi parte agrego que el poder también revela la maldad del alma del individuo.
Lo ha dicho decenas de veces y así ha titulado alguna de sus conferencias mañaneras. Lo dijo desde la campaña: "Hay quienes ocupan cargos y se echan a perder… el poder atonta a los inteligentes y a los tontos, no voy a decir otra cosa, los vuelve locos. Hay quienes se suben a un ladrillo, se marean, se echan a perder y ya no quieren ni saber de nosotros, hay casos donde el movimiento ha apoyado a que lleguen a gobernadores y antes de que cante el gallo ya nos están traicionando".
Ahora, sin embargo, ya no hay quien lo niegue y muchos buscan su sombra protectora. El Jefe del Ejecutivo se ha convertido en el hombre más poderoso que haya ocupado la presidencia en el México postrevolucionario, incluso más que Díaz Ordaz, y no escucha a nadie. Por lo tanto, las tentaciones de hacer su voluntad son cada vez más fuertes, para demostrar que no está de florero, como ha dicho varias veces. Presenta sus medidas bajo la apariencia de la bondad y el amor, pero, como nos han advertido Zigmunt Bauman y Leonidas Donskis, esas son precisamente las máscaras detrás de las cuales se oculta la maldad en nuestros tiempos líquidos.
El presidente ordenó desaparecer las estancias infantiles que beneficiaban a madres trabajadoras, suprimió los comedores populares para los hambrientos sin dinero, desapareció el Seguro Popular que beneficiaba a millones de personas sin acceso al IMSS, ISSSTE o cualquier institución de salud pública; ordenó dejar de perseguir a los jefes de las bandas criminales y abandonó poblaciones enteras en manos de los cárteles, entregó la educación básica de los estados más pobres a su aliada política, la CNTE; ordenó concentrar la compra de medicamentos y dejó sin medicinas a niños y mujeres con cáncer, a pacientes con VIH, hospitales sin jeringas.
Esas medidas, desde luego, causan un daño terrible a la población, pero, como él mismo sostiene, dejan tranquila la conciencia presidencial. Vive en paz espiritual. No le importan los efectos sociales negativos de sus políticas, como no le importaron a Mao los 30 millones de vidas que costó el Gran Salto Adelante o el millón de vidas segadas durante la Gran Revolución Cultural Proletaria. Disfraza su maldad con declaraciones de amor y felicidad.
¿Por qué ocurre así? Hablando en general sobre nuestra sociedad, Bauman y Donskis explican que: “las personas se convierten en incapaces de desarrollar un cuestionamiento crítico de sí mismas o del mundo que las rodea. Al perder sus capacidades de individualidad y de asociación con otros, extravían sus sensibilidades morales básicas. En último término, pierden su sensibilidad hacia otros seres humanos”.
Se podría recurrir a una gran variedad de ejemplos para ilustrar su insensibilidad ante el dolor de los demás, su ausencia de compromiso con la verdad y su puesta en práctica de una ideología sin corazón, sin sentimientos, sin piedad, pero basta tener presente su posición en el caso de la protesta de las mujeres, bajo el lema Un día sin nosotras. La política de “abrazos” a la delincuencia fomenta la impunidad y, entre otras causas, elevó en 2019 un diez por ciento el número de feminicidios, pero el presidente se presenta ante la opinión pública como una inocente víctima de la derecha.
De manera recurrente, el gobierno elude la responsabilidad de los errores y las consecuencias de sus acciones y, perversamente, acusa a todos de conspirar en su contra. Además, lanza críticas mendaces contra las verdaderas víctimas, utilizando a sus gacetilleros de las redes sociales. La maldad corre por dos vertientes: por la vía de las acciones de gobierno y por la vía de sus escuadrones digitales. La maldad visita Palacio Nacional.