Todos aquellos que mantienen su capacidad crítica han censurado al presidente por decir que la crisis le viene como anillo al dedo a su proyecto político. Yo creo que también hay que agradecerle su franqueza. López Obrador está jugando con las cartas abiertas: la crisis le servirá para convertir a México en una autocracia, para sepultar la joven democracia. Ya tiene mucho terreno avanzado.
Ya es el presidente más poderoso desde Plutarco Elías Calles y nadie en el gabinete toma una decisión sin su aprobación. Si bien su analfabetismo económico empeoró la economía, al grado de tirar el crecimiento de 2.5 a menos cero uno por ciento, López Obrador es, por otro lado, un político extraordinariamente avieso, como ha demostrado a lo largo de su carrera.
La crisis le viene como anillo al dedo por varias razones. En primer lugar, porque no le importa acentuar el colapso económico y social del país. Todos los líderes mesiánicos entienden que la transformación que proponen solamente es posible con el pleno control del poder político. Ni Mao, ni Stalin, ni Mussolini, ni Pol Pot, ni Castro, ni Chávez, repararon en el costo de vidas que implicaban sus visiones utópicas.
Sin embargo, sabe que en el mundo moderno se requiere de un cariz democrático que le otorgue legitimidad ante la comunidad internacional, aunque sea una democracia aparente, un control de las masas a gran escala, como está ensayando con sus consultas patito al margen de la ley. Por eso, quiere el control del Instituto Nacional Electoral y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
En este sentido, es natural que encamine sus esfuerzos a ganar las elecciones del 2021. Su programa de rescate económico privilegia a su clientela electoral: 22 millones de votos podrían significar mayoría en la Cámara de Diputados, una bancada dócil y dispuesta a rendirle pleitesía, no sólo quemándole incienso, sino aprobando todos sus caprichos.
En segundo lugar, porque la crisis le permite acentuar la polarización. El discurso presidencial está dirigido a la manipulación de las masas, aprovechando su desinformación. Así, puede criticar a los grandes empresarios y al mismo tiempo rodearse de algunos de ellos, otorgándoles privilegios como manejar las tarjetas del bienestar o los créditos para la crisis. Está conformando su propia élite, como ha ocurrido en otros gobiernos populistas.
Otro aspecto es que le permite aumentar su poder al margen de la ley. Usa el Sistema de Administración Tributaria como un torniquete para exprimir a los empresarios. Utiliza a sus operadores políticos para, en primer lugar, amenazar con quitarle el registro a las pequeñas y medianas empresas que despidan trabajadores o para, en segundo lugar, cerrar de plano las puertas de empresas que se niegan a cumplir los caprichos de un gobernador. Anula en los hechos el Estado de Derecho.
En cuarto lugar, la crisis le sirve para convertir a la prensa en enemiga del pueblo. Sus diatribas contra El Universal y Reforma tienen como objetivo acallar a los periódicos más importantes del país. Sus cercanos mandan componer corridos norteños en contra de los periodistas. Las granjas de bots multiplican las expresiones de los cuchilleros a sueldo. Su corte de fanáticos sobrepasa a los verdaderos periodistas en el montaje mañanero.
Entre otros, estos cuatro puntos ilustran por qué la crisis le viene como anillo al dedo, porque le sirve para amenazar la democracia al tiempo que genera mayor opacidad en el manejo de los recursos públicos. Ocho de cada diez contratos se entregan al gusto del comprador.
Si bien en los últimos días, la desconfianza hacia el presidente López Obrador se ha acelerado y, según algunas encuestas, su aceptación ha caído a niveles de los cuarenta y tantos, después de estar encaramado en los ochentas, también es cierto que su clientela electoral le puede mostrar agradecimiento en las urnas, sin importar qué tan hondo se haya hundido el país. Cada vez está más sólo, pero cada vez tiene más poder político y eso lo convierte en un hombre peligroso, para sí mismo y para el país.
No es un hombre que acepte su derrota. Pertenece al género de aquellos líderes que prefieren la destrucción de su país antes que aceptar que se equivocaron.
Vocero del PAN