La sociedad moderna es un espacio vigilado. La innovación tecnológica en materia de telecomunicaciones e informática, ha logrado que un gran número de personas multipliquen sus contactos en grado exponencial. Los teléfonos celulares y las computadoras son pequeños nodos que se vinculan con otros y conforman redes cada vez más amplias y complejas. La información que corre a través de estas redes, cada vez adquiere una mayor relevancia en la vida política y económica de una sociedad.

La nueva moneda es la información. La riqueza se expresa a través de asientos contables validados por instituciones públicas y privadas. Paradójicamente, en un mundo cada vez más consumista, hoy pesan más los objetos simbólicos e inmateriales que los bienes corpóreos. Hasta el arte, que fundaba hasta hace poco su valor en la plasticidad de ciertos objetos, hoy se expresa en información que se visibiliza en vehículos digitales. Qué decir del tránsito de la moneda respaldada por el Banco Central a este nuevo mundo de monedas digitales o, el desplazamiento de los billetes por bonos, certificados, derivados y otros títulos de crédito.

A su vez, la información es poder. La lucha política se ha desplazado de la calle o el parlamento, a las redes. En este mundo de la post verdad prevalecen los argumentos efectistas, la mercadotecnia política, los fuegos artificiales. Las campañas mediáticas han desplazado al método científico y la verdad, a la creencia. En este mundo virtual vamos al revés y la realidad viene a ser descartada por el mito.

Hoy los políticos entre más histriónicos son más eficaces. Pareciera ser que si el circo se va llenando de payasos, es porque el público se va llenando de niños. El mayor peligro de la virtualidad es su superficialidad e inmediatez. En ella, las leyes de la física (masa, fuerza, energía etc.) pierden todo peso. La fantasía impera sobre la lógica y la percepción reina sobre la verdad. Por supuesto que las realidades culturales se construyen sobre metáforas ampliamente compartidas. Éstas son fruto de la comunicación humana y su propósito fundamental que es: el de la cooperación y el reconocimiento mutuo.

En este escenario es urgente anclar el mundo de la comunicación humana a parlantes de carne y hueso. La Inteligencia Artificial va generando nuevos protagonistas en las conversaciones. Frente a esto, es necesario distinguir a lo humano de lo informático. El riesgo de diluir nuestra humanidad en puros datos es presagio de la locura. Cómo ser empáticos con cifras, memes, “fake news”, y “fake photos”. La noción misma de “fake reality” parece ser una estupidez, muy peligrosa, por cierto.

Por ello, es necesario proscribir al anonimato. Esconder el rostro, el cuerpo y el lenguaje en la virtualidad; desvanece toda atadura de la información con el mundo. La absoluta soledad que se esconde atrás de un celular o una computadora no es espacio reflexivo. Casi es un hito suicida, donde se destruye al cuerpo.

La comunicación es contacto y vínculo. Es relacionar a emisor con el receptor. Es palabra que se dice y que se escucha. Cuando ya no es necesario identificar a nuestros interlocutores. Cuando todas las imágenes son intercambiables. Cuando yo ya no me puedo descubrir a mí mismo a través del reconocimiento con el otro. Entonces prevalece un mundo donde la empatía y la compasión, se vuelven novelas románticas para ingenuos y locos.

Así que, reclamo un mundo donde yo tenga fecha de nacimiento, nombre propio, conciencia personal. En donde desde mi historia yo responda a mis semejantes con domicilio fijo y claro. Denuncio que un mundo de seres anónimos no es ni puede ser humano. Rechazo ser cifra o sólo dato. Firmo mis artículos. Suscribo lo que pienso. Dialogo con mis semejantes. Necesito ver sus rostros cuando lo hago y escuchar su voz. Sólo así, puedo salir del laberinto de mi soledad y hacer mundo.

Abogado

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