Pienso en el famoso cuadro de Frida Kahlo «Las dos Fridas» (1939). La Frida europea, vestida de blanco, y la Frida mestiza, vestida de tehuana. Eran la misma Frida, pero sus vidas, entrecruzadas y unidas por sus respectivos corazones, eran diametralmente diferentes. Entre las dos Fridas se percibe la invisible, pero ominosa presencia de Diego Rivera, de quien se había divorciado recientemente.
Como las dos Fridas, yo veo a dos Claudias y también se intuye entre ellas una abominable presencia.
Una de las Claudias, la dependiente, está conectada con un catéter a su mentor y guía, Andrés Manuel López Obrador, de donde recibe el suero de su verdad y las proteínas para concluir con el primer piso de la transformación y lanzarse al segundo, ayudada por la energía de un poder plenipotenciario que correrá por sus venas como una buena dosis de cocaína; la otra Claudia, la científica, parece esperar con infinita paciencia liberarse del yugo de su mentor, pero sabe que adelantarse un minuto al momento preciso —si alguno— podría resultar una decisión muy onerosa, sobre todo ante el ala dura del partido al que ambos pertenecen.
Mediante una orden irrenunciable a la Claudia sumisa, el jefe del Ejecutivo eligió tres puestos clave para controlar, hasta donde le sea posible, los actos de Gobierno del próximo sexenio. Son los de Ernestina Godoy como consejera de la Presidencia; Ariadna Montiel, quien se mantendrá en la Secretaría del Bienestar, y Rosa Icela Rodríguez, quien ocupará la cartera mayor, la Secretaría de Gobernación. Tres mujeres que manejarán, nada menos, el puesto más cercano a la Presidencia, la secretaría con mayor presupuesto del gabinete y la gobernanza interna del país. Más allá de la información que, dada su inquebrantable lealtad, estas tres funcionarias le brindarán día con día al próximo expresidente, es también factible sospechar que la otra intención de su nombramiento será la conformación de un impenetrable bloque de contención, para protegerlo a él y su familia de cualquier investigación sobre actos de corrupción.
También entre los probablemente escogidos por el ejecutivo federal, están Marcelo Ebrard —Economía—, Mario Delgado —SEP— y Marath Baruch Bolaños López quien continuará en Trabajo y Previsión Social. Si bien podemos esperar de Ebrard un desempeño razonable, la nominación del todavía presidente de Morena, con la reputación que arrastra por sus presuntas relaciones con el crimen organizado, luce como un insulto a la candidata vencedora y su equipo de trabajo. Bolaños López, amigo y recomendado de Andy López Beltrán, es indudablemente, herencia sexenal.
Otros seleccionados se encontrarían en terreno neutral entre las dos Claudias y podrían considerarse como decisiones consensuadas. A este grupo se suman el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, Raquel Buenrostro —Función Pública— y Alicia Bárcena, actual canciller, quien desde octubre ocupará la Semarnat. Tres perfiles de comprobada capacidad que, sin duda, cumplirán con su encargo satisfactoriamente.
La Claudia liberada es, hasta ahora, producto de un onirismo o, como dicen allende el norte, el wishful thinking de quienes no confiamos en el actual Gobierno y su 4T. Sin embargo, ya se dejan ver indicios de lo que sería su gabinete si no viviera a la sombra de su líder moral.
Esa Claudia parecía haberse liberado del yugo lopista cuando nombró a personajes como Luz Elena González (Energía), Juan Ramón de la Fuente (Relaciones Exteriores), David Kershenobich (Salud), Julio Berdegué (Agricultura), Rosaura Ruiz Gutiérrez (SCHTI), Claudia Curiel (Cultura), Josefina Rodríguez Zamora (Turismo), Jesús Antonio Esteva (ICT), Edna Elena Vega (Sedatu), Lázaro Cárdenas Batel (Coordinación de la Presidencia) y Omar García Harfuch (Seguridad y Protección Ciudadana). No sin ciertos bemoles, los seleccionados lucen como expertos en la materia, a diferencia de los muchos inoperantes de obediencia ciega que laboran en el actual gabinete.
Faltan los importantes nombramientos de quienes ocuparán las secretarías de Defensa y Marina, convertidas por López Obrador en poderosísimas carteras, que se han distinguido por hacer lo que no les compete y llevarlo a cabo con total opacidad. Cuando sepamos cuál de las Claudias elegirá a quien ocupe estos encargos, nos daremos una idea de lo que nos espera en su sexenio con respecto a la influencia de su antecesor. Hasta ahora, se percibe que la próxima jefa de Estado está muy acotada en su libertad para gobernar. Dan pena sus mensajes en redes sociales, donde lejos de emitir una opinión en su calidad de virtual presidenta electa, invariablemente secunda y ratifica obedientemente los que envía el presidente.
Más allá de las dos Claudias, lo que ha quedado claro tras este sexenio, es que la economía requiere de un revulsivo que les regrese la confianza a los inversionistas, tanto nacionales como extranjeros. Mucho depende de lo que suceda en septiembre, con respecto a si las decisiones del INE y del TEPJF dan como resultado a una coalición oficial con mayoría calificada, o no lleguen a alcanzarla. De confirmarse la muy fundada sospecha de que ambos tribunales favorecerán a Morena y aliados y se alcance el famoso Plan C, lo que podría llegar a lograr AMLO con dicho poder y su irrefrenable ambición y ánimo vengativo, hará de los primeros meses de Claudia Sheinbaum como presidenta un verdadero infierno, tratando de convencer a nacionales y extranjeros de que la desaparición del INE, del INAI y demás organismos autónomos, además de la destrucción del Poder Judicial, no afectará al desarrollo de México como país abierto a la relocalización (nearshoring), a las energías limpias y a mejorar las condiciones de su población. No se requiere demasiada inteligencia para captar que, en el ámbito internacional, la autocracia es muy mal vista; tampoco para comprender que, sin la inversión extranjera, México está condenado a otro sexenio de retrocesos.
Si yo fuera Claudia Sheinbaum, hablaría en lo oscurito con Guadalupe Taddei (INE) y con Mónica Soto (TEPJF), para rogarles que no concedan la mayoría calificada a su coalición. Si ello sucede, el irresponsable López Obrador sacaría adelante el Plan C y le dejará un cochinero del que difícilmente podrá levantarse.
Las dos Fridas están unidas por sus respectivos corazones, aunque cada uno apunta a un destino diferente; cada una de las Claudias tiene su propio corazón, pero solo uno de ellos parece tener sangre en las venas.