“It’s the economy, stupid”

James Carville (1992)

La lapidaria frase que inspiró el título de esta columna fue colocada —sin el «It’s»— en un cartel colgado en la sede de campaña de Bill Clinton, en Little Rock, Arkansas, en la carrera por la presidencia contra George H.W. Bush. En esos meses, gracias a la fraudulenta Guerra del Golfo, la popularidad del presidente en funciones había crecido hasta el 90%, pero la economía del país había caído en recesión y la frase de Carville —a la que los medios le añadieron el «It’s»— se habría de convertir en el eslogan no oficial de la triunfadora campaña del eventual presidente 42 de los Estados Unidos.

Aquí no se trata de la economía.

Se trata de la confianza.

Es la confianza, estúpidos.

La presidenta Sheinbaum encarna una paradoja. Por un lado, impulsa su afamado Plan México, pero, por otro, socava sistemáticamente los pilares que permitirían su éxito. Consideremos lo siguiente:

Promueve el fortalecimiento del mercado interno y el aumento de la producción nacional, además de la atracción de inversiones con las que aspira a reunir hasta 277,000 millones de dólares, distribuidos en dos mil proyectos que abarcan sectores como bienes de consumo, industria automotriz, tecnologías de la información, turismo y energía. Con ello, promete generar un millón y medio de empleos en manufactura y sectores prioritarios, ofreciendo incentivos fiscales a los inversionistas.

Ante la ya inminente elección de jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial —proceso que someterá todas las decisiones legales futuras a los intereses del gobierno o de los patrocinadores de quienes resulten electos— ¿qué esperanza puede tener el inversionista de salir avante en un juicio contra cualquier instancia de la administración? O bien, si no se trata de mala fe, ¿se atrevería el empresario extranjero a someter la viabilidad de su empresa al criterio de un juzgador que obtuvo su título con promedio de 8 y carece de experiencia para ocupar el puesto donde tomará decisiones cruciales?

Incongruente, por decir lo menos, el accionar de la presidenta, quien es la principal promotora del citado proyecto, pero, por sus actos es también su mayor adversaria.

Sin confianza, es inevitable que se cancele la inversión extranjera, se esfume la relocalización de empresas y, si a ello sumamos los aranceles de Trump, la economía mexicana recibirá un golpe seco; la recesión que ya se vislumbra en el horizonte nos cubrirá como tormenta de arena en el desierto. Ante tal estancamiento, las agencias internacionales degradarán la calificación crediticia del país, encareciendo la deuda soberana y precipitando la caída del PIB. Sin recursos para sus tareas esenciales, el gobierno seguirá endeudándose, y lejos de convertir esos recursos en inversión productiva, los absorberán sus sistemas de pensiones —sobrevivencia pura y dura—, alargando apenas unos meses la agonía inevitable del sistema financiero. No es improbable que se recurra entonces a las reservas del Banco de México, antesala de una grave depresión económica.

Es la confianza, estúpidos.

Con la elección del Poder Judicial, lejos de consolidar su autoridad, Sheinbaum podría debilitarse aún más ante los poderes fácticos del Legislativo, fieles a López Obrador, lo que provocaría un rompimiento aún mayor entre la presidenta y las huestes de su antecesor, bajo el mando del orgullo de su nepotismo: Andy López Beltrán.

Así las cosas, con un país que no recauda, una administración que compra simpatías mediante dádivas improductivas, un sistema político autoritario, antidemocrático y populista, una estrategia contradictoria del Gobierno que dice promover la inversión, pero devasta la confianza de los interesados en invertir; con un Poder Judicial que será demolido hasta los cimientos en unos días, minando aún más lo que queda del Estado de derecho; con políticos engreídos con humos de aristócratas que exigen pleitesía a la sociedad civil que no comulga con ellos; con un claro conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo, y una presidenta a la que se le esfuma el poder cuando más lo necesita, el país vive muchas crisis que convergen en una que las contiene a todas.

Es la confianza, estúpidos.

Dos contrapesos importantes a este ánimo autodestructivo del gobierno son el T-MEC y el propio Donald Trump. En este contexto, el tratado comercial representa un freno potencial ante políticas que vulneren el Estado de derecho en México. Mediante mecanismos de solución de controversias, las empresas afectadas pueden acudir a paneles internacionales, lo que podría derivar en sanciones o represalias comerciales. Por su parte, la administración Trump ha impuesto aranceles a productos mexicanos. No garantizará la salvación institucional, pero bien podría aminorar los desbocados ánimos totalitarios de Sheinbaum.

Por supuesto, si decidiera atenerse plenamente al mandato constitucional de su encargo, la presidenta podría revertir todos estos efectos negativos, con los que terminaría de perder al ala radical de Morena, pero, en cambio, recibiría el apoyo abrumador de la sociedad civil.

Guardo estos últimos renglones para solidarizarme con mi periódico El Universal y el valiente Héctor de Mauleón, en su cruzada por la libertad de expresión, además de reafirmar mi compromiso de no votar este domingo, a modo de protesta por la elección más destructiva de nuestra historia, una que marca un grave deterioro de las garantías individuales de los mexicanos.

X: @ferdebuen

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