¿Cómo ser empático con el tipo que te golpea, te pone en contra de tus vecinos, se está robando tus ahorros y canceló toda posibilidad de que accedas a la justicia para protegerte de sus abusos? Eso, precisamente, es lo que buscan los líderes de los Poderes Ejecutivo y Legislativo, cuando nos piden a los mexicanos que nos solidaricemos ante las resoluciones de Donald Trump.

¿Cómo promover la inversión en México cuando, al mismo tiempo, eliminas los mecanismos de protección para las industrias o negocios que se pretenden instalar en México? ¿Habrá olvidado el grupo en el poder que los dueños del dinero no ponen un centavo donde no hay certeza para cuidar sus activos?

¿Cómo se atreven a solicitar el apoyo de la mitad de la población que ha sido invisibilizada a fuerza de manipular a los organismos electorales, de sobornar y/o amenazar con gruesos expedientes a legisladores para conformar una mayoría omnipotente?

¿Cómo hablar de justicia social y democracia, cuando la meta del Gobierno es anular la autonomía del Poder Judicial y provocar con ello que la población completa carezca de los medios de protección y defensa que les han sido otorgados casi en exclusiva a políticos de Morena y al crimen organizado?

¿Cómo presumir transparencia, cuando quienes ostentan el poder se han abocado a desmantelar a todos los organismos diseñados para vigilar sus acciones y evidenciar sus niveles de corrupción?

A quienes manejan los hilos del gobierno en México, debería caérseles la cara de vergüenza por pedirnos a sus víctimas que nos solidaricemos con ellos, aduciendo que, más allá de filias y fobias, el bien mayor es el país y todos debemos cuidarlo y hacerlo crecer día con día. Quizá no piensan que esa mitad despreciada de la población prefiere que, ante la imposibilidad de frenar la destrucción institucional del país desde dentro, podríamos empatizar con un poco de ayuda foránea, de la misma forma en la que un grupo de personas protesta contra actos de su propio Gobierno ante mecanismos de justicia internacionales.

Como si lo anterior fuera poca cosa, llegaron los aranceles con un claro mensaje del equipo de Trump:

«Los cárteles tienen una alianza intolerable con el gobierno de México… El gobierno de México ha proporcionado refugios seguros para que los cárteles se dediquen a la fabricación y el transporte de narcóticos peligrosos».

Acto seguido, la presidenta Sheinbaum reacciona y postea: «Rechazamos categóricamente la calumnia que hace la Casa Blanca al Gobierno de México de tener alianzas con organizaciones criminales, así como cualquier intención injerencista en nuestro territorio». Sus incondicionales se envuelven en la bandera y nos exigen solidaridad, so pena de calificarnos como traidores a la patria.

¿A quién creerle cuando políticos como Rocha Moya, Mario Delgado, Cuauhtémoc Blanco, David Monreal, Salgado Macedonio, Cuitláhuac García o Américo Villarreal tienen algo más que presuntos lazos con el crimen organizado y son protegidos desde el Ejecutivo y Legislativo?

¿Debemos rasgarnos las vestiduras e indignarnos ante las supuestas mentiras (¿?) del presidente yanqui o esperar que el Gobierno mexicano actúe de una vez por todas en consecuencia y limpie la basura que ha acumulado por sus pésimas decisiones?

No la tiene fácil la presidenta de México, pues es factible que las investigaciones que se llevan a cabo allende la frontera la involucren y acaben de golpe con el movimiento fundado por López Obrador. Lo más probable es que, salvo algún chivo expiatorio que entregue el Gobierno mexicano en prenda, Estados Unidos optará por canjear la libertad de estos maleantes por ventajas en el próximo tratado comercial (money talks).

Es hora de entregar cuentas, Aunque no lo haga ante el pueblo de México.

De no hacerlo, y hasta en tanto los ajustes de la economía estadounidense le hagan ver a Trump que cometió un lamentable error decretando los gravámenes, la economía mexicana vivirá su tormenta perfecta, pues se mezclarán la recesión —que ya se muestra inobjetablemente—, con la imposición arancelaria, pronosticando su peor crisis de la época moderna.

Para que la presidenta convenza a la otra mitad (el pueblo malo) y rescate esa anhelada unidad nacionalista de los tiempos de Lázaro Cárdenas, es indispensable que ofrezca a cambio dos cosas: el corte de su cordón umbilical con el fantasma macuspano, y la reversión total del Plan C. Si lo hace, pasará a la historia como una gran estadista; si no, mantendrá el lugar que ya meritoriamente la distingue.

Mientras ella elige cómo quiere ser recordada, para nosotros, hoy es momento de decidir si optamos por apoyar al Gobierno o defender a México.

X: @ferdebuen

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