La escena se pasea por mi mente. En la plaza, el caballo del picador no sabe que lo arremeterá el toro porque tiene los ojos vendados. Una fuerza muy violenta lo empujará, probablemente lo lastimará y, aun así, nunca sabrá de dónde surgió tal energía. Así veo a México y a nuestro pueblo. ¿Qué más sucede en la escena? Trataré de describirlo.

Comienzo mencionando que, de acuerdo con el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, villamelón (-na) es la «persona que aparenta saber mucho de un tema en el que realmente es profano». Los aficionados a la tauromaquia llevan casi tatuado este adjetivo en su vocabulario, para definir a quienes, como yo, tienen el vulgar atrevimiento de escribir sobre la fiesta brava sin tener conocimiento alguno sobre el tema.

Dicho lo anterior, aquí voy (solo, sin toro y sin público):

El picador parte plaza y a lomos de su bello equino, enfrenta a «Neoliberal», el sexto burel de la tarde, que se ha presentado con 540 kilos. El caballo, aunque protegido con su largo y acolchonado peto, sale al redondel sin saber que su vida está en riesgo, pues sus ojos han sido vendados para evitar que vea al toro y huya buscando seguridad. En el México de hoy, el picador —también llamado varilarguero— es Andrés Manuel López Obrador, su cabalgadura es el pueblo de México y el toro, quien sufrirá los puyazos del jinete hasta el brote de la sangre, es la oposición.

Sin ser experto en la fiesta taurina —ya dije—, me queda claro que la suerte del picador no sería posible sin la venda que cubre los ojos de su rocín—nuestro pueblo bueno—, quien ingresa al ruedo y escucha el clamor del público y lo goza, aún sin saber que los gritos no son para sí, sino para el brioso cornúpeta que recorre el ruedo y que eventualmente arremeterá contra él y su jinete para iniciar la suerte de varas, consistente en que el picador que lo monta, hundirá la lanza en el morrillo de este astado —presumiblemente corrupto y conservador—, hasta que la hemorragia lo debilite y facilite la lidia al matador, que no es otro que el mismo ocupante de Palacio Nacional, quien se ha encargado también de la suerte de banderillas y habría querido fungir también como juez de plaza, pero quien ostenta el honor no se lo permitió.

Hasta el momento, la corrida ha transcurrido conforme a lo planeado por el del traje de luces (no las de la CFE), que ha mandado al rastro a los cinco primeros bovinos —Demócrata, Prianista, Elector, Auditor y Ministro— aunque a ninguno de ellos le ha podido arrancar un premio, a pesar de que el encierro era para llenarse de orejas y hasta aspirar a un rabo. Sus faenas fueron flojas y pinchó a cada toro hasta en tres ocasiones, teniendo que ingresar el puntillero para darles con el estoque el siempre lamentable descabello de muerte.

Ante la incompetencia del diestro, el público que llegó a tiempo para el inicio de la corrida se fue retirando de la plaza hasta vaciarla y cada lugar fue ocupado por los muchos invitados del torero —otra parte del pueblo bueno—, a quien no solo les regaló el boleto de entrada, sino que, además, les invitó viandas y vituallas para disfrutar la tarde. Lo único que le pidió a cambio a sus invitados fue que lo aplaudieran a rabiar tras cada intento de chicuelinas, verónicas, gaoneras o hasta navarras. El público que poco o nada sabía de la fiesta brava no tuvo empacho en ovacionarlo con pasión, aun tras cada uno de los pinchazos y hasta con el par de buenas revolcadas que sufrió el macuspano por intentar un pase de pecho y uno cambiado.

Al final del sexto toro —la lidia que cerró la fiesta— nuestro matador volvió a pinchar en tres ocasiones y, al no recibir la oreja que esperaba del juez de plaza, lo mandó sustituir por otro que ya le llevaba el par de apéndices y un rabo como obsequio por su grandeza. Cargar tan ansiado premio y con el público a sus pies, le garantizó su salida por la puerta grande.

Esta corrida representaba también el retiro del diestro, una razón más para que sus miles de seguidores lo vitorearan y lo llevaran a hombros hasta que el coso desapareció de la vista y lo felicitaron, sin saber siquiera, que la corrida había sido un fiasco.

Unos días después llegó la fecha de la alternativa —el paso de novillera a torera— de una de las más avezadas discípulas del tabasqueño, quien no se había separado de ella desde meses atrás, preparándola para dar el paso definitivo al profesionalismo taurino, incluyendo todos los fines de semana. Profundamente ilusionada, habría querido ser el alma de la fiesta en su encierro, pero quienes llenaron las butacas no fueron otros que los mismos invitados de nuestro famoso espada, quien también eligió a los banderilleros, picadores y hasta el alguacilillo, en caso de que la pupila lograra cuajar una faena y cortar una oreja. Tristemente para ella, fue a él a quien ovacionaron toda la tarde, desde que lo reconocieron en el callejón del redondel.

Nadie supo si tuvo éxito la debutante, pues nada se habló de eso en las crónicas posteriores y el público, reitero, nada sabía de tauromaquia; de él, en cambio, se habló por días y hubo gran regocijo por su presencia.

Ya hasta se rumora que nuestro matador podría calzarse el terno (traje de torero de tres piezas) por seis años más.

X: @ferdebuen

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