A estas alturas, todos deberíamos saber a qué se refiere el título de esta columna, pero para quienes no lo deducen todavía, 26 (sobre 100) es la puntuación que obtuvo México en el Índice de Percepción de Corrupción (IPC), que analiza la asociación Transparencia Internacional (TI).
26 puntos de 100 posibles. Este patético resultado no es otra cosa que el reflejo de un sexenio que no combatió la corrupción y la dejó crecer garantizando la defensa de quienes la ejercieran, siempre y cuando fueran afines a la Cuarta Transformación.
En mis años de secundaria, en el Instituto Patria, con entrañables maestros que no se tentaban el corazón para calificar sin sentimentalismos, no me fue ajeno recibir evaluaciones de este calibre, particularmente en mis exámenes de química. Para mi consuelo, los resultados no solían hacerse públicos, a excepción de aquellos sobresalientes. Un 2.6 sobre 10 era algo realmente vergonzoso y, en aras de que no se enteraran mis padres (lo que tarde o temprano siempre sucedía), me volví un experto falsificador de la firma de mi madre, para devolver rubricados los muchísimos reportes de disciplina y las malas calificaciones que recibía mes con mes. Me pregunto cómo habría reaccionado la doctora Pardo Cemo si su hija Claudia hubiese sacado 2.6 en su examen final de Física.
Si a los 14 o 15 años se sentía uno fatal por obtener estas evaluaciones, ¿cómo debería reaccionar este Gobierno ante una estimación que coloca al país en el sótano de la honestidad? Desafortunadamente, lejos de mostrar una genuina preocupación por el mencionado resultado, la presidenta Sheinbaum se defendió, culpando a los gobiernos del pasado. «Evidentemente lo que hay es un cambio de régimen, del régimen de corrupción y privilegios a un régimen de honestidad y de servicio al pueblo y vamos a continuar —declaró con cinismo—. En seis años no se pudo hacer todo, pero nos toca seguir apretando las tuercas». Cabe aclarar que el régimen de corrupción al que la mandataria se refiere logró 35 puntos en 2014, aclarando que el de Peña Nieto fue un gobierno extremadamente deshonesto. México ocupa hoy el lugar 140 de 180 países, su peor calificación desde que inició esta medición hace tres décadas.
Contar con una calificación de tan solo 26%, nos deja asumir que el restante 74% de las acciones cotidianas de nuestro Gobierno conllevan corrupción, lo que implica que un vasto porcentaje de la población la asume, la sufre y, ocasionalmente la promueve.
De acuerdo con TI, los factores que determinan el IPC son los siguientes: soborno; desvío de fondos públicos; funcionarios que utilizan su cargo público en beneficio propio sin afrontar las consecuencias; capacidad de los gobiernos para contener la corrupción en el sector público; excesiva burocracia en el sector público que puede aumentar las oportunidades de corrupción; nombramientos nepotistas en la función pública; leyes que garanticen que los funcionarios públicos deben revelar sus finanzas y posibles conflictos de interés; protección jurídica para quienes denuncien casos de soborno y corrupción; captura del Estado por estrechos intereses creados; y acceso a la información sobre asuntos públicos y actividades gubernamentales. ¿Es que acaso México no es un líder indiscutible en todos y cada uno de estos rubros?
François Valérian, presidente de TI, señaló: «La corrupción es una amenaza mundial en progreso que no solo socava el desarrollo, sino también es un factor decisivo en el declive de la democracia, la inestabilidad y las violaciones a los derechos humanos. Combatir la corrupción debe ser una prioridad absoluta y constante de la comunidad internacional y de todos los países. Esto es fundamental para hacer retroceder el autoritarismo y asegurar un mundo pacífico, libre y sostenible. Las tendencias peligrosas que se revelaron en el IPC de este año destacan la necesidad de responder con medidas concretas ahora a fin de abordar la corrupción global».
Si al nivel de descomposición que presenta México le sumamos la inminente recesión que se nos viene, la pérdida total de autonomía del Poder Judicial, la desaparición de organismos de vigilancia como el INAI, la captura casi total del INE y del TEPJF, y colocamos a Donald Trump como la cereza del pastel, ¿qué futuro le depara a nuestro país en la relocalización de industrias y el avance del libre comercio?
Si realmente pone al país por encima de sus intereses personales y partidistas, es imperativo que Claudia Sheinbaum fracture la inercia corruptiva e intente salvar a México de una de las peores crisis de su historia.
Para ello, necesitará consolidar un bloque de resistencia en contra de las huestes de Morena, su fundador y el crimen organizado, mediante el apoyo incondicional de los dueños del capital, las fuerzas armadas y la sociedad civil. Mientras que los primeros siempre están con el poder y las segundas han sido históricamente leales a la Constitución, para que la tercera le brinde su apoyo, es indispensable que reinstaure el Estado de derecho.
Es mucho pedir.
X: @ferdebuen