Nada te acerca más a un rival que la competencia, y mientras más frecuente, mayor identificación. Cualquier deporte individual genera esa proximidad tan especial cuando las rivalidades toman forma.
Los Juegos Olímpicos de París tenían preparadas varias rivalidades que presagiaban drama y emoción. Algunas se cumplieron, como la triple competencia entre Ledecky (Estados Unidos), Titmus (Australia) y McIntosh (Canadá) en los 400 metros libre de natación femenil, o los 200 mariposa que provocaron un nuevo record olímpico, tras imponerse el francés Léon Marchand al húngaro Kristof Milak. Otras pruebas mostraron el declive de grandes leyendas y su respectiva rivalidad, como Kenenisa Bekele (Etiopía) y Eliud Kipchoge (Kenia), sin duda el mayor atractivo de la maratón, que finalizó con el primero en el lugar 39 y el segundo abandonó en el kilómetro 35. Pero también hubo rivalidades que no se dieron, ya sea por mal desempeño de uno o por inesperados resultados de otros. Tal fue el caso del futbol femenil, cuyos aficionados se frotaban las manos con el debut olímpico de las campeonas mundiales, España, contra el máximo ganador en este deporte: Estados Unidos. Se pensaba que sería la final; el duelo nunca se dio por la derrota española en semifinales.
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En contraparte, existe una rivalidad que rompe cualquier paradigma. Se trata de los dos mejores saltadores de altura en la actualidad: Mutaz Barshim (Qatar) y Gianmarco Tamberi (Italia), quienes compartieron tanto el oro en Tokio 2020, como el drama en París 2024. Se hicieron amigos luego de que el italiano sufriera una fuerte lesión, por la que el qatarí ya había pasado. Se comunicaron, se entendieron, se identificaron y forjaron una amistad que les llevó al punto de compartir ese primer lugar olímpico, sin buscar el desempate.
“Tú y yo somos buenos, pero juntos somos extraordinarios”, parecería ser la frase ideal para dos atletas que han llevado su rivalidad a un nivel en el que descubren tantas coincidencias que ya se volvió imposible discrepar.
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Curiosamente, la contraparte se vio en París por la disputa del mismo oro que, en este caso, Hamish Kerr (Nueva Zelanda) y Shelby McEwen (Estados Unidos) no compartieron, pese a encontrarse exactamente en la misma posición que sus disminuidos rivales (Tamberi sufría problemas renales y Barshim se quedó en el tercer lugar, por una lesión muscular) tres años antes. La negativa del saltador estadounidense le llevó a conformarse con la plata e impidió a su país superar a China en medallas de oro dentro de estos Juegos Olímpicos.
Las rivalidades que conducen hacia relaciones cercanas y amistades no se fortalecen para imitar al contrincante, sino para ser esa persona (o ella o ellos) mejorada (o)(s) y tener mejores resultados a través de enormes esfuerzos muy justificados. Para ser alguien, no puedes dejar de ser tú, cabe aquí señalar.
Nada te acerca más a un rival que la competencia frecuente. Un saltador italiano y uno qatarí, con diferentes razas, tradiciones y religiones, han sufrido, han gozado, han celebrado y han compartido, no solamente una competencia que ha cambiado la manera de ver el salto de altura, sino una rivalidad que les ha hecho mejores personas y mejores atletas... ¿Acaso no se trata de eso?
@felixatlante12
@felixunivision12
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