La década de los 80 no fue solamente la mejor en cuanto a la innumerable creación de canciones icónicas, fue también donde Fernando Valenzuela, Hugo Sánchez y Julio César Chávez realizaron sus mayores hazañas. Sí, nuestras tres máximas leyendas del deporte plasmaron capítulos sin fecha de caducidad en esos años, imágenes de proezas que llevaban mucho más que su nombre y apellido, el orgullo de un país que despertaba curiosidad y, por supuesto, admiración hacia ellos y sus respectivos deportes.
En aquellos años, las televisoras decidían la programación y eventos que nosotros debíamos ver, pero en muchas ocasiones inducida por el éxito de mexicanos que se abrían camino, prácticamente solos, ante un mundo explorado por su determinación. Sí, era posible ver todos los partidos del Real Madrid con Hugo Sánchez cada fin de semana, y hasta perder la capacidad de sorpresa por sus repetidas anotaciones (aunque jamás dejamos de admirarnos por sus chilenas), pero fue gracias a las barreras que rompió donde ningún otro mexicano había llegado... Sí, todo México se paralizaba esos sábados por la noche, cuando en Las Vegas peleaba Julio César Chávez contra no importaba quién, porque nos garantizaba espectáculo y nos representaba. En Julio se reflejaban tanto la irreverencia como la rebeldía... La clase como la vocación, y la valentía como la entrega.
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Sí, también nos deteníamos para observar los larguísimos juegos del Toro Valenzuela con los Dodgers, cada que la rotación le correspondía, con altísima expectación por la muy probable victoria desde el montículo. Pero, a la vez, nos despertaba curiosidad ver a un paisano de bajo perfil, sencillo, efectivo y de una población que sólo a partir de él tuvimos conocimiento quienes vivíamos en las grandes ciudades: Etchohuaquila, Sonora. Aprendimos las reglas del beisbol a la par que su equipo ganaba seguidores, por miles y miles, dentro de nuestro país. Entendimos a la distancia lo que un solo mexicano podía lograr para una comunidad sumamente discriminada, a partir de algo tan sencillo o tan complejo como lanzar desde un montículo el extrañísimo pero letal tirabuzón (screwball).
A pocos días de cumplir 64 años y a sólo unas horas de iniciar la esperadísima Serie Mundial entre Yankees y Dodgers, Valenzuela falleció tras una etapa muy complicada de salud. Cuarenta y tres años pasaron para que se repitiera esta final en las Grandes Ligas... Justo cuando se cumplieron 43 años de aquella memorable victoria de Fernando, en el tercer juego del Clásico de Otoño de 1981, entre estos mismos equipos.
Aquel encuentro que revivió a los Dodgers y resultó fundamental para ganar el título, fue tan memorable como el “Señor Gol” de Hugo contra Logroñés, el 10 de abril de 1988, o el nocaut de Julio César a Meldrick Taylor, en 1990. Hazañas exclusivas para atletas fuera de serie y con la vocación correcta... Hazañas de tres deportistas que coincidieron en la misma década, esa donde —se dice— se escribieron las mejores canciones.
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