“Últimamente ha muerto gente que antes no se moría”, dijo el célebre filósofo Peña Nieto. Y quizá no estaba tan errado porque llega una etapa en la vida, entre la madurez y la tercera edad, en que se vuelve casi cotidiano enterarse de fallecimientos lejanos, cercanos, ilustres, famosos y sorpresivos, que vuelven más frecuentes los velorios y entierros, que los nacimientos y bautizos. Y créame, ser aficionado del Atlante lo representa de manera impecable.
Hablemos de salud y de recuperación al término de un año especialmente complejo en ese rubro, y muy cerca de despedir meses en los que la preocupación y la aceptación fueron parte de la resignación. Tres descubrimientos con los que será necesario convivir e indispensable controlar, por el resto de la vida, obligan a replantear y revalorar aspectos que, al menos para un servidor, no eran prioritarios. Una acción tan frecuente y común como comer, ya no es lo placentera y sencilla que solía ser, otra como dormir necesita de ahora en adelante ciertas variantes incómodas durante la noche y algo tan indispensable como pensar y hablar al mismo tiempo, necesita ciertos cuidados para no interrumpir su conexión.
Termina un año en el que dos cercanos compañeros de profesión perdieron sus respectivas batallas contra enfermedades y padecimientos que por largo rato lucharon. Pasan los meses y su tono de voz, o su risa, o sus expresiones, movimientos y costumbres no pierden vigencia en el recuerdo. Pasa el tiempo pero no la impresión de perderlos, principalmente a Paco Villa, con quien durante varios años las coincidencias en un sinnúmero de asignaciones y otros eventos fuera del trabajo, solo provocaron respecto, admiración, aprendizaje y diversión. Un año que nos enseña claramente que la vida es un rollo de papel de baño: mientras más cerca de su fin se encuentra, más rápido se va y debemos aprender a cambiar la angustia por el disfrute, con esa sabiduría que invariablemente (y afortunadamente) los años nos ha regalado.
Termina un año en el que, tras 20 meses he vuelto a dar el abrazo más deseado, más esperado y más necesario a quien pasó por un proceso tan duro como crítico y tan alarmante como grave. El abrazo más rico del año a una de las personas que más puede amar un padre. 20 meses para mirar de nuevo sus expresiones, para escuchar su risa, para notar su admirable madurez que necesitó estar al borde de la muerte, para entender la belleza que contiene la vida… porque en efecto: ‘la vida no vivida es una enfermedad de la que se puede uno morir’ y hoy ha decidido vivir su vida con enormes lecciones para todos los que le rodeamos. Si lo hombres pensamos con el cerebro, las mujeres van mucho más allá: atienden al cerebro, a su corazón y a la intuición con mayor profundidad. Ella es el mayor ejemplo.
Hablar de salud y recuperación implica también contemplar la muerte, ya no como algo de lo que no se debe hablar, sino como algo tan cercano e inevitable; más aun cuando uno se encuentra a la puerta de la tercera y última etapa, más aún cuando las manifestaciones en el cuerpo indican que la aparente salud exterior no necesariamente acompaña a la interior y más aun cuando ha caído la premisa de: a mayor edad, menos vida.