“Las dos condiciones elementales que debe satisfacer quien aspire a gobernar consisten, primero, en no ser asombrosamente tonto y, segundo, en no creer que los potenciales gobernados lo son”.
El epígrafe, anónimo, de arriba puede entrar en tensión frente al hecho consistente en que Donald Trump, sin satisfacer ninguno de los requisitos, ya ganó una elección y va, con muchas posibilidades de éxito, por la segunda.
En el proceso doméstico, las campañas de las damas y el caballero se gastan en ofrecimientos de muy difícil cumplimiento y en descalificaciones sin fin. O todo el mundo ya sabe por quién va a votar o las campañas tienen una utilidad que vuela muy bajo.
Los rezagos, históricos y nuevos; los requerimientos de renovación de una infraestructura más que amortizada; los reclamos por energías renovables, por una atención a la salud y una educación merecedoras del nombre, por un Estado emprendedor de creación y reorganización de mercados, tal como lo propone Mariana Mazzucato; en fin, de combate frontal a la corrupción, al crimen organizado y a la violencia, son ofertas que, en todos los casos, requerirán de alucinantes erogaciones de las que nadie habla.
La impopularidad de los impuestos es nada si se le compara con la capacidad de financiamiento de la vida que se nos invita a imaginar, mediante una retórica que goza de muy baja calidad. En el centro de la disputa se colocan narrativas que, o bien tratan de convencernos que el país se ha transformado, mucho y para bien, o, de otro lado, que vivimos en el purgatorio, rumbo al infierno.
La Ola de Sensatez, que pedía George Orwell para analizar y combatir a la tiranía, no parece acercarse a la playa política mexicana y buena parte de las promesas tienen más aspecto de advertencia o de abierta amenaza. Las mentiras han tomado su sitio, tanto en los diagnósticos cuanto en los recetarios remediadores.
Una indispensable, analítica, serena y ecuánime evaluación de los alcances y fracasos del gobierno que termina, resulta indispensable y está lamentablemente ausente. Con sus programas sociales, la 4T ha ido consiguiendo adherentes que, al tiempo que juzgan al actual como <<el peor gobierno en décadas>>, prometen repetir muchas de sus extrañas hazañas. Esperemos que incluyan la superación, ya en marcha, de la pobreza laboral.
Las cuentas alegres, en el otro extremo, no dan cabida a la menor autocrítica sobre los resultados en educación, salud y seguridad que, por decirlo con indulgencia, dejan mucho qué desear. A partir de un diagnóstico con estas características, resulta indispensable una serie de propuestas sustantivas; no debe continuar la opacidad sobre la catástrofe climática y, mucho menos, sobre la indispensable y urgente reforma fiscal.
Ni todo tiene que desecharse ni todo debe seguir una ruta inercial. Los electores, no somos tontos ni queremos ser percibidos de esa manera.