Antes de 1980: “… y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.

Después de los ochenta: “… y perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.

De forma análoga a la afirmación de John Cornwell sobre Eugenio Pacelli (Pío XII), calificándolo con sobrada razón como el Papa de Hitler, Karol Wojtyla (Juan Pablo II) bien puede ser percibido como el Papa de Reagan. A su activismo anticomunista habrá que sumar su convicción relativa a la obligatoriedad de pagar las deudas. No deja de llamar la atención que la metamorfosis operada sobre El Padre Nuestro, comenzara en Argentina, uno de los países más endeudados del planeta, para mundializarse durante la década del empoderamiento del neoliberalismo.

En la calificada opinión de Gary Gerstle, el auge del neoliberalismo corresponde a una ruptura de la alianza entre el gobierno estadounidense y la clase trabajadora de aquel país, establecida por Franklin D. Roosevelt, el llamado Orden Político del New Deal. La ruptura es obsequiada por Ronald Reagan, mediante el despido de más de 10 mil controladores aéreos en huelga, durante 1981, que -así- anunciaba el comienzo de un nuevo orden, el neoliberal (G. Gerstle, 2023, Auge y caída del orden neoliberal. La historia del mundo en la era del libre mercado, Península, Barcelona, p. 181).

Con el volumen y la intensidad de los problemas que hoy viven los estadounidenses, gracias al caos que uno y otro día proporciona la extraviada gestión, es un decir, de D. Trump, parece un exceso el recordar que quienes más profundizaron el orden inaugurado por Reagan, paradójicamente, fueron W. Clinton y B. Obama (de Bush hijo, solo destaca el hecho que lo convirtió en un gobernante abiertamente gobernado, además de poseer un IQ de menos cuatro).

Cuando J. Stiglitz- comienza su tríada, con el Malestar en la globalización, focaliza ese malestar en la poca comprensión y menor solidaridad de Occidente hacia la penuria, generada por la especulación global, que experimentaron Taiwán, Malasia, Hong Kong, Singapur y el mismísimo Japón, durante 1997 (países a los que se les negó la posibilidad de constituir su propio Fondo Monetario Asiático); además de la pésimamente “asesorada” transición de la Unión Soviética a Rusia. El malestar en la globalización de quienes habían perdido buenos empleos manufactureros para “ganar” abundantes y baratas mercancías, apenas es esbozado; aunque fue ese malestar el que entonó los primeros cantos fúnebres por la globalización y puso, ya en dos ocasiones, al subnormal al mando.

En un texto extraordinario, el ido D. Graeber nos recuerda que, lejos de la versión dominante, el origen del dinero fue el crédito (en sentido estricto, la deuda) y no los apremios por sustituir al trueque (En deuda. Una historia alternativa de la economía, Ariel, España: 714 pp.) La inquietante realidad de la financiarización ha convertido a las familias, a las empresas y a los gobiernos en esclavos de la deuda. Si atendemos al epígrafe, también a la feligresía, hasta en sus oraciones.

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