“Se podría decir más en un intento de describir las particularidades económicas de Europa de 1914. He escogido como característicos los tres o cuatro factores más importantes de inestabilidad: la inestabilidad de una población excesiva, dependiente para su subsistencia de una organización complicada y artificial; la inestabilidad psicológica de las clases trabajadoras y capitalistas y, la inestabilidad de las exigencias europeas, acompañada de su total dependencia para su aprovisionamiento de subsistencias del Nuevo Mundo” (John Maynard Keynes, 1919 (1987), Las consecuencias económicas de la paz, Crítica, Grijalbo, Barcelona, p.22).
En este trabajo, <<el mejor libro de Keynes>> en la autorizada opinión de Robert Skidelsky, el economista británico describe la torpeza con la que los países vencedores en la Primera Guerra Mundial impusieron unas elevadísimas reparaciones que Alemania simplemente no podía pagar, al lado de pérdida por territorio y demás restricciones que, al paralizar a la economía germana, causaban enormes perjuicios a la economía europea, por la cerrazón del Tigre Clemenceau y la complacencia de Loyd George y de Woodrow Wilson.
El Tratado de Versalles, que imponía la obligación de crear una Sociedad de Naciones, como organismo garante de la paz, además de producir un profundo resentimiento entre el pueblo alemán, resultó un rotundo fracaso al ser rechazado por el senado estadounidense. El principal animador, en realidad imponedor del tratado, con arreglo a su célebre Discurso de los 14 puntos, no puede participar en la institución que impuso y la Sociedad de Naciones muy tempranamente se colocó en calidad de observador de las violaciones a la paz que perpetraron Franco, Mussolini, Hitler y el Partido Seijú (japonés), en Europa, África y Asia, sin mover un dedo frente a esas agresiones.
En opiniones tan polémicas como las de Nial Ferguson, Europa Occidental alcanza supremacía frente a China y frente al Imperio Otomano, por hacer referencia a dos amenazas reales, por la destreza competitiva que adquiere mediante las guerras. Una situación que hoy no está disponible, entre otras razones, por haber sido el espacio de verificación de las dos conflagraciones más mortíferas en la historia de la especie humana.
Keynes escribió Las consecuencias económicas de la paz tras renunciar a la delegación británica en Versalles, elaborando una fuerte denuncia de las pulsiones revanchistas francesas y la hipocresía del Reino Unido y de los Estados Unidos. La atrevida decisión lo alejó por muchos años de los asuntos y las dependencias gubernamentales, con lo que la disciplina económica resultó beneficiada por la producción intelectual keynesiana: El tratado sobre el dinero, 1930, la obra magna, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, 1936, y numerosos artículos y ensayos biográficos y de persuasión fueron parte de muy relevantes aportaciones.
Un nuevo conflicto militar, la invasión de Hitler a Polonia, en septiembre de 1939, y la consecuente declaración de guerra anglo-francesa, lo retornaron a la vida pública; específicamente, la gran percepción de lo que sería el resultado de las hostilidades, por parte de Henry Morgenthau II –Secretario del Tesoro en el gobierno de Franklin D. Roosevelt- lo llevó, una semana después del ataque japonés a Pearl Harbor, a convocar a Harry Dexter White y al mismísimo Keynes a diseñar un orden económico que se acordó en Bretton Woods en 1944. Con su plan y las modificaciones impuestas por la fuerza del dólar, se alumbró a los gemelos, Fondo Monetario Internacional y Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento.
El enorme Maynard, testigo y actor en las dos guerras mundiales, pudo servir a la academia y al orden institucional global, como no lo ha hecho ningún otro intelectual.

