“Lo importante para el gobierno no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos, y hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto” (John M. Keynes, El fin del laissez-faire, en Ensayos de persuasión, Barcelona, Crítica, 1988.

Esta significativa cita de Keynes, evocada en un libro extraordinario de Mariana Mazzucato (2019, El Estado emprendedor. La oposición público vs privado y sus mitos, Taurus, México, p. 17), trasciende, y con mucho, la versión del Estado remendón de las fallas del mercado y, con mucha más notoriedad, la del Estado austero que derivó de la sobrestimación del déficit fiscal con el que se financió, tanto a los estabilizadores automáticos, como a los bancos promotores de la Gran Recesión.

Paul Krugman ha enfatizado las razones por las que el déficit salvó al mundo, durante esa crisis, ya que evitó la metamorfosis de la recesión en depresión; complementariamente, Hyman Minsky dedicó notables esfuerzos para explicar la mecánica con la que el Gran Gobierno, durante los casi treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y mediante el ejercicio de una economía mixta plena, evitó la caída de beneficios que caracteriza al comienzo de cualquier recesión.

Al acuñar la iluminadora idea de batallas discursivas, Tony Judt nos remite a la vigencia de distintos cuerpos de creencias, en muy buena medida derivadas de intereses individuales o corales, que entran en conflicto al intentar describir (o inventar) eventos. La machacona insistencia en las fallas del gobierno, la auto descalificación de distintas burocracias, en nada parecidas a las que Weber consideró indispensables, el resignado sometimiento gubernamental al equilibrio presupuestal y, peor aún, a la austeridad, son acontecimientos que han envalentonado al conservadurismo económico global, para continuar en la elegía de la magia del mercado, en la fiscalidad regresiva (austeridad expansiva, en la calenturienta imaginación del ido Alberto Alesina de la Universidad Luigi Bocconi, en Milán), en el oráculo de la inflación y en la justificación reiterada del estancamiento secular y de la ceguera socioambiental de los mercados.

Por fortuna, y en atención a los grandes problemas, en curso y por venir, de la sufrida especie humana, se dispone de un gran fruto de producción intelectual heterodoxa que nos brinda, simultáneamente, indispensables ayudas de memoria (como el origen público del financiamiento complementario, ya para la industria automotriz ya para el surgimiento de internet) y estimulantes desafíos para revertir las aficiones empresariales especulativas, como el endeudamiento para la recompra de sus propias acciones promoviendo el incremento artificioso de sus precios, para crear y modelar nuevos mercados.

Vuelven a ser, más que le pese al mainstream, tiempos de evocar a Keynes: “Espero ver al Estado, que está en situación de poder calcular la eficacia marginal de los bienes de capital a largo plazo sobre la base de la conveniencia social general, asumir una responsabilidad cada vez mayor en la organización directa de las inversiones”. Qué enorme necesidad tiene el mundo de un Estado capaz de tomar esos riesgos y de un intelectual como el que lo imaginó.

Suscríbete aquí para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS