“Veremos que el mayor error en la globalización es el intento de integrar mercados en una escala global sin Estado. Esto ha convertido la vida en mercado más insegura, más criminal y menos legítima. Mercados sin Estados son mafias”
(Robert Skidelsky -2018-, Money and Goverment. The Past and Future of Economics , Yale University Press, p. 350).
Esta actualizada evocación de Hobbes, se nos presenta en la antesala de una nueva recesión económica mundial, anunciada desde un amplio espectro de instituciones internacionales –y cuando seguimos padeciendo los efectos de la que, para comenzar, sepultó a Lehman Brothers-. La propensión del capitalismo a caer en situaciones críticas constituye una suerte de normalidad que ha adquirido mayor protagonismo desde los años setenta del siglo pasado; después de la modesta euforia que proporcionó la llamada Gran Moderación, la magnitud, profundidad y duraderos estragos de la Gran Recesión han hecho redundante cualquier discusión sobre la recurrencia de las crisis. La cuestión relevante se encuentra en otro sitio: en la capacidad del sistema para convertir sus ciclos en lecciones provechosas para un futuro cargado de incertidumbre.
Las tranquilas aguas en las que se fueron haciendo realidad los sueños de Luigi Eunaudi y de Milton Friedman, con la independencia de las bancas centrales como emblema que alineó por partida doble a esos bancos (en el propósito exclusivo de combatir a la inflación y en la alta doctrina que la percibe siempre y en cualquier momento como un fenómeno monetario –M. Friedman -1970-, The Counter-Revolution in Monetary Theory, London, Institute of Economic Affairs, p. 24-); fueron, también, los años de desregulación y privatización radicales, los de emergente predominio de la banca en la oscuridad y de la financiarización. El telón de fondo, la evidencia del éxito de la teoría neoclásica y de su expresión ideológica, el neoliberalismo, es la globalización con su magra fila de ganadores y su enorme listado de quienes no lo han sido tanto.
En los días que corren, los anuncios del estancamiento económico tienen un nuevo orden y ritmo; antes, comenzaban por la inversión, la producción, el empleo, el ingreso, el consumo y el ahorro, con un reflejo considerablemente posterior en el comercio. La redundancia de abultados inventarios, el notable papel de las ventas y compras en el mercado global, la levedad de los mercados internos y la adopción internacional de medidas de austeridad –en calidad de castigo más que merecido auto administrado por gobiernos que gastaron en exceso para salvar a los banqueros y bancos que provocaron la Gran Recesión- son circunstancias que favorecen la aparición simultánea de todos los males del paro que, además, se mueven rápido.
De la más pavorosa lección propinada a los creyentes en el autoajuste del mercado, la Gran Depresión, resultó la primera muerte de la teoría neoclásica y la emergencia de la teoría y la política keynesianas; de la estagflación (inflación y desempleo al mismo tiempo), resultó la primera muerte del keynesianismo y la primera resurrección de la teoría neoclásica. Duras experiencias capaces de jubilar y habilitar paradigmas. De la Gran Recesión, cuya severidad movió a más de un gobernante a proponer la refundación del capitalismo , resultó… la austeridad; un muy conveniente e interesado cambio de tema, justo cuando la recuperación de los niveles de inversión, ocupación e ingreso debió ser la prioridad global. En esas estamos al momento de llegada de una nueva y muy amenazante crisis.
El reencuentro con la recesión nos agarra sin aprendizaje visible de la sacudida anterior; adueñados de la pureza y alegría que solo puede proporcionar la ignorancia plena de los acontecimientos, recientes y en curso. Si la austeridad tiene algún mérito, es llegada la hora de ponernos a buscarlo. Caso contrario, busquemos la acción del Estado, el mayor de los bienes públicos. La fiscalidad activa no es ningún lujo; hoy, nada menos que una urgencia.
Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México, fjnovelo@correo.xoc.uam.mx).