“Al fin y al cabo, 1968 marcó el fin de la época del general De Gaulle en Francia, de la época de los presidentes demócratas en los Estados Unidos, de las esperanzas de los comunistas liberales en el comunismo centroeuropeo y (mediante los silenciosos efectos posteriores de la matanza estudiantil de Tlatelolco) el principio de una nueva época de la política mexicana” (Eric Hobsbawm, 1995, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, p. 301).

Una precisión sobre aquello que concluyó o comenzó a concluir durante las movilizaciones estudiantiles de 1968, parece necesaria y está referida a una figura mucho más abstracta y general que los gobiernos o los partidos específicos. El Estado, con su normatividad, regulaciones, fiscalidad, capacidad represiva y, en el caso mexicano, una sobredosis de autoritarismo, representaba al enemigo de los estudiantes. Por ello, la nueva época política no consistió en el apresurado establecimiento de mayores libertades democráticas sino en la paradójica emergencia de la construcción de un orden, imaginado desde 1938 en París y durante el Coloquio Lippmann, empeñado en implantar la magia del mercado.

La coincidencia de los apetitos neoliberales con el anti estatismo estudiantil es mencionada por Hayek, como una coyuntura de gran relevancia, y recogida en el texto extraordinario de Fernando Escalante Gonzalbo (2015, Historia mínima del neoliberalismo, COLMEX, México). Aunque fue autor de numerosas publicaciones de carácter filosófico y económico, el texto que dio fama a Hayek, e incluso fue distribuido profusamente por Winston Churchill durante su fracasada campaña electoral de 1945, fue The Road to Serfdom,

publicada apenas en 1944. En ese libro, el buen don Friedrich afirma que el camino a la servidumbre se pavimenta con la planeación económica gubernamental, percibida como mucho más que una pulsión autoritaria.

Ignorando la clara advertencia sobre el papel del Estado y sus instituciones en la conformación de los mercados, incluso aquellos que se auto perciben como creaturas del Laissez Faire, formulada por el enorme Karl Polanyi (1944, The Great Transformation. The Political and Economic Origins of Our Time, Beacon Press, Boston), Hayek imaginó a los mercados como expresiones de un orden espontáneo, casi natural. Al respecto, conviene conocer el punto de vista de un gigante intelectual: “El aparente triunfo del liberalismo y del libre comercio no fue una tendencia evolutiva, sino un experimento político que ha agotado su recorrido. Su resultado ha sido el empoderamiento de unos regímenes en los que las fuerzas del mercado son ahora instrumentos del Estado” (John Gray, 2025, Nuevos leviatanes. Reflexiones para después del liberalismo, ensayosextopiso, México, pp. 33-34).

Resulta realmente paradójico que quienes marchamos con banderas de huelga, con imágenes del Che Guevara y de Demetrio Vallejo, también marchábamos hacia el encuentro con una de las corrientes más reaccionarias de las doctrinas económicas. La brutal instauración del neoliberalismo, durante 1973 en Chile (y en 1979 en el Reino Unido), mostró el verdadero rostro de ese experimento autoritario y criminal.

De lo escrito se saca en raja, que nadie sabe para quién trabaja.

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