Es difícil unir estos tres adjetivos para calificar una palabra, sin embargo, la unión de esos tres sentimientos se presentó en nuestro gran país el pasado domingo. Perduran esas emociones, y habrán de estar presentes en la conciencia de la mayoría de los mexicanos por mucho tiempo.
Fue un día triste porque todo lo avanzado para tener una mayor democracia, miramos cómo fue destruido con la complacencia, aliento y complicidad de las autoridades encargadas de vigilar y supervisar el respeto al voto, su libre manifestación y la no orientación a emitir el sufragio en determinado sentido, y lo más grave fue que no solo se advirtió ese comportamiento en los servidores del INE, sino que lo vimos en los tres niveles de gobierno. La impunidad en todo su esplendor para la comisión de los delitos electorales.
Qué caro para la sociedad es el plato de lentejas con el que han “convencido” a Guadalupe Taddei, no tanto en lo económico sino en el daño nacional causado. Se ha convertido en un personaje inolvidable.
Retrocedimos no años, sino lustros con la presencia de los famosos “acordeones” que coincidentemente tenían los nombres de quienes resultaron “triunfadores”; triunfadores de las trampas oficiales, como también del acarreo, la coacción y todo lo que pudiera servir para cristalizar esta aberrante reforma producto de la genialidad política de López Obrador, que no podemos negar, porque con esta reforma, el Ejecutivo por él representado no tendrá límites ni en arbitrariedades ni ocurrencias con las que instruya a la doctora Sheinbaum.
Tristeza también por las mentiras pronunciadas desde nuestra primera autoridad, a la que habríamos de creerle lo que dijera, pero que con tantas falsedades, solo puede inspirarnos desconfianza.
Entendamos, esas falsas afirmaciones fueron para que se crea que el partido oficial sigue teniendo un gran respaldo popular. Con sofismas insostenibles calificó la jornada del pasado 1 de junio, ejemplar, histórica y única en el mundo. Claro que es ejemplo de cómo se puede destruir la división de poderes; histórica, porque no habíamos visto algo semejante en la historia de México, por lo que es asimismo única.
Lo mismo en Palacio Nacional, como en las oficinas de Morena, y en los despachos oficiales de los morenistas, el discurso es el mismo. Les cuesta trabajo entender y aceptar que han ido desapareciendo millones de sus simpatizantes. Más de 20, si comparamos los números del domingo, con los obtenidos en la elección presidencial.
Es por eso que ese silencio, manifestado en más de un 80% de abstención ciudadana, provoca alegría. La alegría de saber que el pueblo bueno y el que no es calificado de bueno, se está dando cuenta que la 4T, a pesar de que regala dinero, transforma, pero no para el bien nacional, sino solo para favorecer sus propósitos políticos reñidos con el progreso y sano desarrollo social. Fundamentos de estas afirmaciones son múltiples.
El mismo fenómeno de derrota del morenismo, se presentó en Veracruz y Durango, a pesar de que la Presidenta de Morena, que si bien no es matemática, destrozó a Pitágoras sin recato alguno en las entrevistas concedidas a López Dóriga y Pepe Cárdenas: manifestó que ganó su partido a pesar de que dejará de gobernar municipios en donde había triunfado.
Pero todo esto es esperanzador. Le aguardan a México tiempos mejores con un Morena cada vez más empequeñecido.
Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM