Vivir en redes sociales implica estar al tanto de todos los ciclos de escándalo, por más nimios que sean. Normalmente no duran más de 24 horas; para el siguiente día ya hay un grupo de personas preocupado por la siguiente “catástrofe” que amenaza con modificar nuestra sociedad para mal.
Uno de esos supuestos escándalos sucedió este fin de semana, tras el estreno de la nueva película de Pixar, Lightyear, que cuenta la historia del origen de Buzz Lightyear , personaje central de la tetralogía de Toy Story.
La película ha resultado lo de menos, porque la turba enardecida que puebla el internet ha decidido que la brevísima muestra de afecto entre dos personajes del mismo género es una invitación a que el mundo como lo conocemos se caiga a pedazos.
Que si el beso –si incluso así puede llamársele– es parte de la agenda “woke”/liberal para empujarnos la ideología de género por la garganta. Que si es “innecesario” porque las películas no deben ser “políticas”. Que si no “avanza la trama”. Y así un sinnúmero de disparates.
Estos sesudos argumentos se escudan en la idea de que los niños y las niñas no deben ser expuestos a muestras de afecto distintas a las tradicionales, pues eso califica como política; o que la educación “sexual” no debe ser promovida más que por los papás.
Pensar eso es vivir anclado a los tiempos en los que la homosexualidad era considerada una enfermedad, y no entender que el mundo ha cambiado. Porque mostrarle a los niños y a las niñas que pueden existir distintos tipos de familias no solo está bien, es deseable: se van a encontrar con ello le guste a los retrógradas o no. Y, lo más probable es que ni les importe o les afecte.
Alguien que vaya a ver la película, sin la obsesión por el medio segundo que ha creado una ola de odio en internet, probablemente tenga preguntas más inteligentes que las planteadas en redes sobre si las personas “se pueden volver homosexuales” por estar expuestas a contenidos incluyentes.
De ser cierta esta –por llamarla de alguna manera– “hipótesis”, todo aquel que creció viendo las “Fantasías animadas de ayer y hoy” tendría una atracción hacia personas de su mismo género. ¿O quién no estuvo expuesto, de forma continua, a un Bugs Bunny que besa indiscriminadamente a hombres y mujeres, y que se viste conforme al género que prefiere?
Eso sin dejar de lado algo fundamental: Bugs Bunny era un conejo, y Lightyear… una caricatura.
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