En cualquier ámbito laboral, si un trabajador no cumple con sus responsabilidades, lo despiden y pierde sus beneficios. Pero, en el boxeo profesional, tristemente, eso no aplica. Hay personajes como William Scull que cobran millones y, a cambio, ofrecen miserias. No solo defraudan al promotor que los contrata, también traicionan al público… y, lo más grave, a su propia comunidad.
La vergonzosa actuación de Scull no solo lastimó al boxeo como espectáculo. También golpeó al boxeo cubano, un legado que ha sido construido por verdaderos guerreros del ring. No es justo, pero es real: muchos ya meten, en el mismo costal, al sinvergüenza de Scull y a peleadores extraordinarios como David Morrell, Andy Cruz, Brayan León o el polémico, pero explosivo, Rolando “Rolly” Romero. Y eso es una injusticia.
Antes de intentar explicar lo inexplicable, suplico: no encasillemos al boxeo cubano en la miseria que fue Scull. Lo del excampeón supermediano de la FIB es imperdonable. Pero no por su grotesca presentación podemos borrar los méritos de quienes sí han honrado el boxeo.
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El combate entre Canelo Álvarez y William Scull será recordado, tristemente, como una de las peores peleas de campeonato mundial de la historia. Un combate sin emoción, sin riesgo, sin alma. Un récord de inacción, un espectáculo hueco. Lo que prometía ser un duelo memorable se convirtió en una pesadilla soporífera. Scull lastimó al boxeo. Punto.
El mensaje que envió al mundo es nefasto. Su pasividad, su falta de ambición y su cinismo transmiten a las nuevas generaciones una idea errónea: que se puede llegar a lo más alto sin dar absolutamente nada a cambio, que basta con cobrar el cheque. Fue por el dinero, no por el legado.
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En cuanto a Canelo, claro que tiene parte de responsabilidad en el resultado. El ídolo tapatío no supo cortar el ring con eficacia, y quizás le faltó arriesgar más para castigar al “correcaminos” cubano. Su frustración era evidente. Canelo es perfeccionista, y esa noche se alejó de su mejor versión… aunque, para ser justos, hizo más que su rival, que no hizo absolutamente nada.
Para colmo, las declaraciones de Scull tras el combate fueron tan vergonzosas como su actuación. Burlón, cínico, sonriente… como si su traición al deporte no hubiera sucedido. Su vida cambió económicamente, sí, pero a costa de la dignidad del boxeo.
El referí Kieran McCann hizo lo que muchos no se atreven: amonestó a Scull en pleno combate, exigiéndole que diera pelea. Un acto loable, aunque insuficiente. El daño ya estaba hecho.
Por todo esto, hago un llamado urgente: hay que modificar los reglamentos del boxeo profesional. Si un peleador vuelve a hacer lo que hizo Scull, debe ser sancionado con la bolsa. Así de simple.
Dicen que duele más una patada en la cartera que en los huevos… Y William Scull pateó ambas: dejó sin valor lo que los aficionados pagaron y, de paso, nos pateó el orgullo a quienes amamos y narramos este deporte.