Pepe, mi amigo.

Pepe Muñoz fue muchas cosas: un joven brillante, con capacidades extraordinarias para analizar datos, estadísticas que traducía en acciones de políticas públicas, siempre buscando la justicia social. Desde adolescente militó en organizaciones de vivienda del oriente de la ciudad y el Estado de México.

Durante su vida ocupó muchas trincheras y en cada una de ellas mantuvo su compromiso con la transformación de la ciudad y el pís. Estratega nato, curioso, incansable lector de poesía, ciclista y corredor empedernido.

Sí, todo eso y más era Pepe y por eso lo admirábamos, pero ahora quiero hablar del amigo, mi amigo.

Nos conocimos en 2009 durante la campaña a la Delegación Iztapalapa de la ahora Jefa de Gobierno; era un joven brillante y ya avezado en campañas políticas; de risa fácil y una puntería de diez para la broma ácida, molestón le decíamos; no le gustaba el drama por eso siempre tenía una solución racional aparentemente sencilla o un regaño cariñoso para decir que en vez de lamentarnos debíamos ponernos a trabajar e ir para delante.

Después de un camino lleno de escollos nos convertimos en compañeros de trabajo en el Gobierno Popular que encabezó Clara Brugada, nos hicimos amigos en la brega de una administración que decidió que se debía gobernar desde el territorio, escuchando a la gente, entonces una forma novedosa de hacer gobierno. La primera audiencia pública la realizó la entonces alcaldesa Clara Brugada en Iztapalapa; el primer presupuesto participativo surgió también con el Gobierno Popular.

Fueron momentos alegres, emocionantes, de mucho trabajo y aprendizaje caminando las calles para resolver las muchas carencias nunca atendidas por administraciones anteriores que habían gobernado desde el escritorio.

También fueron tiempos de reuniones y fiestas, no nos bastaba vernos en el trabajo, seguíamos conviviendo en las horas de descanso, platicando, riendo y compartiendo sueños, porque había tanto qué hacer y tanta energía, que el día no alcanzaba.

Después me acompañó cuando fui diputada local y luego federal; formamos un equipo de trabajo sólido, de mucho compañerismo. Cada tarea la asumíamos con alegría, bromas que a veces sacaban de quicio a los demás compañeros, pero era imposible que los enojos duraran porque finalmente éramos un equipo con una sola misión.

Pepe escribía discursos e informes como nadie, tenía la virtud de elaborar frases contundentes que se convertían en decretos para nuestro trabajo.

También tengo que hablar del amigo solidario que estaba siempre presente cuando necesitaba ayuda y consejos; el compañero de victorias, alegrías y también de dolorosísimas derrotas.

Y cómo decir de las reuniones de nuestro pequeño grupo de amigos, que para celebraciones y derrotas tenemos como antídoto reunirnos para compartir la comida, la bebida, la plática, las risas.

Querido Pepe, cuando te pienso muerto me da una tristeza infinita, cuando te sé asesinado la rabia me nubla la vista y el coraje se me sube a la garganta.

Si supieras el revuelo que tu muerte y la de la querida Ximena, víctimas gratuitas de un crimen atroz, han causado, sé que nos dirías: “Mejor pónganse a trabajar y averigüen quién fue”.

Y así será.

¡Buen camino, querido amigo!

Consejera jurídica de la Presidencia

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