¡Llegó el histórico momento!

Hoy, 1º de septiembre, las y los ministros que fueron electos de forma libre y democrática por el pueblo de México para conformar la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), tomarán posesión de sus encargos. Las puertas que permanecieron cerradas por años, selladas para el pueblo y abiertas solo para los privilegiados, para la negligencia, la corrupción, el influyentismo y la impunidad, finalmente se abrirán por el peso de la voluntad popular.

La SCJN, símbolo de la abismal distancia entre esta y la ciudadanía y de una justicia selectiva notoriamente neoliberal, marca desde ahora un antes y un después en la historia de nuestro país. Y esto no es un simple cambio de procedimiento, es una transformación profunda que desde hoy dota a la Corte y a sus nuevos integrantes, de una legitimidad sin precedentes, porque surge directamente de la voluntad popular. Es un logro colectivo del que todos podemos, debemos sentirnos orgullosos, pues refuerza los cimientos de nuestra democracia y algo más importante, deposita nuestra confianza común en la construcción de una Justicia profunda, real y disponible para mexicanas y mexicanos sin importar su origen o apellido.

Este proceso inédito nos permite albergar la esperanza de tener una Corte con un rostro más humano, más cercano a las realidades que vivimos día a día. Una justicia que no solo se pronuncie desde un tribunal, sino que escuche, comprenda y se comprometa con la gente. Las togas, que antes podían percibirse como un símbolo de distancia y autoridad inflexible, tienen ahora la oportunidad de representar algo muy distinto: servicio público, moderación y sobre todo, conexión real con la sociedad a la que sirven.

El mandato que hemos entregado como ciudadanos es muy claro: queremos una Corte que sea un verdadero pilar de la transformación democrática, no un obstáculo. Una institución que proteja sin titubeos los derechos de las mayorías y también de las minorías, que ampare a las víctimas, defienda a los trabajadores, garantice la igualdad para las mujeres y respete la autonomía y la cultura de los pueblos originarios. Que su labor se guíe por la ética, el conocimiento, la valentía y el sentido común, dejando atrás prácticas del pasado que tanto daño han hecho.

Sabemos que el camino por delante no estará exento de desafíos. Construir confianza día tras día requiere coherencia, transparencia y sobre todo, resultados tangibles en las sentencias y las decisiones que emitan. Cada fallo será observado con atención, no como un acto de desconfianza, sino con la esperanza de que se consolide el nuevo rumbo. La legitimidad que les dimos con nuestro voto es el punto de partida, pero el verdadero respeto se ganará en la cancha, con actuaciones impecables y un compromiso inquebrantable con la justicia.

A pesar de los riesgos, hoy tenemos razones para mirar el futuro con optimismo. Estamos presenciando el inicio de una nueva era judicial en México, donde el poder emana del pueblo y se ejerce para el pueblo. Entre todos, estamos escribiendo un capítulo lleno de esperanza que puede sentar las bases de una paz duradera y una justicia auténtica en el México de hoy y para las generaciones venideras.

Consejera jurídica de la Presidencia

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