A siete días de que se cumpla el primer año del ascenso de la primera mujer Tlatoani al máximo poder político de México en 700 años de historia documentada, la esperanza de cambio que alentaba no se ve todavía.
Y al paso que va, no se verá.
Durante los más de 350 días que lleva en la presidencia, Claudia Sheinbaum ha seguido fielmente el estilo. Rutina. Discurso. Formas de su tóxico antecesor.
El segundo piso de su transformación es la continuidad de la obra de destrucción. Degradación. Involución, que éste llevó a cabo durante seis años.
El primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum es, en rigor, el séptimo año de su predecesor. Por el mucho poder que él tiene. Por el poco poder que ella ejerce.
El cambio nada ha cambiado positivamente. La supuesta transformación no es un avance. Es un retroceso. La masacre institucional que se hizo y se sigue haciendo, documentada hasta el cansancio, lo prueba irrefutablemente.
La única diferencia que se ha visto hasta hoy en el relevo presidencial de 2024, es meramente de género.
Ella sigue sin ser ella. No se atreve a SER ella. No se toma esa libertad. NO ES. Está en la presidencia, sí. Pero su cargo es nominativo. No efectivo.
Ha faltado a su deber. Derecho. Fuerza, Dignidad, de asumir el poder de su cargo para beneficiar a sus gobernados. Lo ha subordinado a su antecesor. Sus hijos. Amigos. Heredados. Recomendados. Socios. Cómplices.
La presidenta no ha mostrado nada original. Suyo. Propio. Con hechos. Objetivamente, se puede decir que ella no se pertenece. No porque pertenezca al pueblo, como se ufanan los demagogos. Si no porque se entregó. Sigue entregada a López Obrador.
Tan no es ella que, despersonalizada por sí misma, sigue llamando presidente a ese funesto personaje. Rindiéndole tributo. Dejándole el lugar que a ella le corresponde. Legítima y legalmente, pero que no es capaz de tomar. Ocupar. Honrar.
No se quiere dar cuenta de que la ciudadanía la eligió a ella. No lo reeligió a él. Habrá qué imaginar de que tamaño son sus compromisos.
Sin cortapisas, lo defiende del desastre en que hundió a México. “Se quedó en el corazón del pueblo (…) lo calumnian porque le tienen coraje”, dice sin ruborizarse.
Ignora que en el corazón también habitan el resentimiento. Animadversión. Rechazo. Rencor. Venganza, cuya exteriorización. Explosión colectiva, podría estarse larvando por la corrupción. Criminalidad. Mentiras. Traiciones con las que se lo relacionan.
Sus atrocidades. Verdaderas monstruosidades, apenas comienzan a verse.
Claudia Sheinbaum es menos que una copia de AMLO. Es su pantalla. Él ejerce el poder. Ella da la cara. Él sigue disponiendo locuras. Ella y el país pagan las consecuencias.
Su trabajo ha quedado reducido a explicar. Justificar. Repudiar. Soslayar. Encubrir los abusos. Excesos. Crímenes. El huachicoleo total que hizo de toda actividad público-política. Institucional, su maestro Andrés Manuel López Obrador.
El único recurso al que apela la presidenta en el desempeño de sus funciones, es la retórica. Pero sin observar siquiera las reglas que determinan esa disciplina para sacarle provecho.
Definida como un instrumento oratorio fundamental del político; considerada incluso como un arte, la retórica busca y consigue persuadir. Convencer, mediante un lenguaje oral, escrito, visual.
El discurso debe cautivar. Interesar. Adherir. Influir en los receptores. Los argumentos deben ser coherentes. Ordenados. Creíbles. Sólo así se logra una comunicación efectiva. Creíble. Reeditable.
Nada de eso tienen las mañaneras. Las alocuciones de la presidenta carecen de elocución. A la manera de López Obrador, Sheinbaum habla todos los días sobre cualquier tema. Incluso sin información o con datos inconsistentes o falsos.
Politológicamente, él y ella se definen como personas líquidas. Se derraman por doquier. Refieren desarticuladamente todo. De todos. Sin que nadie les pregunte. Se consideran todólogos. Omnisapientes. Creen que dominan cualquier tema. Se sienten autorizados para “disertar” sobre lo que sea.
En la creencia de que mantienen interesados a todos con su verborragia, terminan haciendo el ridículo. Generando incredulidad. Descrédito. Falta de atención. Repudio. Eso le pasó a él. Ella está en esa ruta.
Alumna adelantada, no excluye un solo tema que le convenga colocar en la “agenda nacional”, como de forma pomposa. Rimbombante, llaman sus incondicionales a sus mezcolanzas. Revoltijos. Mazacotes de sus misceláneas de cada mañana.
La tarea. El objetivo, que está muy lejos de lo que debe hacer un verdadero jefe de Estado, es tender continas de humo cotidianamente para que los asuntos de interés nacional se diluyan. Se pierdan. Se olviden.
El micrófono de sus conferencias es su único instrumento de “gobierno”. Incluso, sus colaboradores sólo pueden hablar cuando ella lo ordena. Ella es “la única” que sabe todo de todo lo que ocurre en el país.
Con frecuencia los temas que aborda están tan fuera de lugar y son tan variados e intrascendentes, que su papel de presidenta se desvanece. Se desfigura. Se deslava. Y hasta se degrada.
A esa tónica de su primer tramo sexenal, se agrega el negacionismo y el evasionismo, recursos a los que apela con frecuencia para salir del paso. Para tratar de apagar, infructuosamente, al menos los dos grandes problemas en los que navega a la deriva.
Frente a Estados Unidos, defiende al país con un discurso manido. Inconsistente. Inverosímil. De supuesta colaboración. Cooperación. Respeto a la soberanía. De no subordinación. Que es desmentido una y otra vez.
La semana pasada, la fiscal general de ese país, Pam Bondi, lo dijo sin ambages. Directamente. Sin rodeos: “el narcotraficante Rafael Caro Quintero fue entregado a Estados Unidos ´por orden´ del presidente Donald Trump”.
El gobierno puede negar eso una y mil veces. Pero no podrá alterar la realidad. En ese contexto se dieron las otras exclusiones de criminales. Y en esa línea se ataca a los cárteles. No por iniciativa o interés propios.
Con palabras huecas. Declaraciones infundadas. Encuestas de popularidad favorables. Jaurías de boots, no podrá ocultar la desmesurada corrupción que le heredó López Obrador.
A quien más fervientemente ha defendido, es a Adán Augusto López. Sabe que éste, con lo que hizo y dejó hacer a Hernán Bermúdez desde la secretaría de Seguridad Pública de Tabasco cuando el senador era gobernador, llegará irremediablemente hasta el ex presidente.
Su declaración de que “… hasta ahora no hay nada que incrimine a Adán Augusto y es falso que en las investigaciones estén los nombres de los hijos del presidente López Obrador”, es una clara. Burda. Inaceptable burla en defensa de esa banda. Hasta para una persona dormida.
Verdadera falta de respeto. Una agresión a sus gobernados. Al pueblo que tanto dice amar.
Mas, que AMLO haya propiciado que la Marina haya sido enlodada por la corrupción que campeó durante todo su sexenio, no es algo que, esperanzadamente, se pueda pasar por alto.
El titular de esa dependencia, almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles, ya lo dejó muy claro en su patriótico discurso del 16 de septiembre:
“Fue muy duro aceptarlo, pero hubiera sido mucho más y absolutamente imperdonable callarlo”, dijo sobre el borbotón de corruptelas que sale de la institución más querida, estimada y respetada de México. Pese a algunos canallas.
“Hay riesgos que deben tomarse por un bien común, por un bien superior: por el bien de la nación (…), pase lo que pase, duela lo que duela, se trate de quien se trate (…), no hay marcha atrás (…)” en el combate a las prácticas deshonestas.
Y si –como dijo– “el mal tuvo un fin determinante: En la Marina no encontró lugar ni abrigo (...) la lucha contra la corrupción y la impunidad son parte central de la (verdadera) Transformación”, la presidenta está obligada a atender y entender el mensaje. Y a actuar en consecuencia.
“Quien ama a México tiene la responsabilidad de responder(le)”, recalcó el almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles.
Si Claudia Sheinbaum evita el camino que está trazando un poder vital, México ella estará perdido. Y de la tragedia, ella será…la primera en saberlo.
Línea de Fuego
Sellar la información relacionada con los bienes de Hernán Bermúdez, quien a todas luces es todo un criminal, apuntaría claramente a la intención de solaparlo. ¿Sobrevivirá en prisión, sabiendo lo que sabe y pudiendo delatar a los personajes que están involucrados en su historia delictiva?... ¿Será cierto que en un acto de arrepentimiento, valor, grandeza y lealtad a México y a la Marina, el ex titular de esta, Rafael Ojeda, busca negociar su entrega y la su sobrino prófugo, a las autoridades?... ¿Quién sugirió a Ricardo Gallardo, gobernador de San Luis Potosí, comprar una “buena imagen” a base de “encuestazos a modo” para poder practicar el nepotismo y perpetuarse en el poder en la persona de su esposa? Romper por eso con la presidenta y con Morena, eventualmente lo llevaría a rendir cuentas de las que quizá no saldría bien librado... ¿Seguirá Carlos Merino, ex gobernador de Tabasco, tan campante en la dirección de ASA, pese a su relación con Adán Augusto López y con Hernán Bermúdez? ¿Dirá también que no sabía a qué se dedicaban esos “barredores”?... Si la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, aparece en la lista de extraditables que sigue circulando, seguramente no es por ella, sino por quien se encaprichó en ponerla en el puesto. Él también podría ser “extraído”… Triste. Lamentable. Preocupante, la violencia que se está dando en el ámbito educativo, que esta semana llegó al asesinato de un estudiante por otro en un CCH-UNAM. Del rector, Leonardo Lomelí, es de esperar una respuesta. Del secretario de Educación, ni esperarla. Por sus antecedentes y por la comprometida situación en la que se encuentra.