Una Nueva Conquista ha sido consumada con la elección judicial.
Esa segunda colonización se halla en sus primeros momentos.
El tiempo enseñará a todos el costo. Las dimensiones. Las consecuencias de ese vergonzoso hecho.
Si lamentable. Triste. Reprobable fue lo que ocurrió con el sometimiento de México-Tenochtitlan llevado a cabo por extranjeros, lo sucedido el fin de semana lo es más aún. Es incalificable.
Mexicanos esclavizados por “mexicanos”.
El primero de junio de 2025 quedará registrado en la Historia como el día más oprobioso y ominoso para México después de más de 500 años.
Esa fecha y la del 19 de agosto de 1521 serán referidas en paralelo. Son únicas. Nada se les compara. Se las identificará por lo que centralmente significan.
Constituyen la pérdida de la libertad. Subyugación. Servidumbre. Sumisión. Expoliación. Vasallaje. Y de todo lo que eso deriva y conlleva.
Los conquistadores modernos, empezando por el Hernán Cortés de hoy –Andrés Manuel López Obrador–, están felices.
¿¡Y cómo no!?, si se hicieron de un país entero. Se lo apropiaron.
Ambiciosos, harán de éste su botín. Lo que les venga en gana. Obtendrán lo mejor y lo más que puedan de él. Para su exclusivo beneficio.
A la manera como lo hicieron por 300 años los invasores españoles.
Sin nadie que pueda pedirles cuentas. Sin que alguien los contenga. Sin que se sientan obligados a honrar o transparentar sus actos. Aplastando a quien se les oponga.
El genio diabólico de su líder hizo todo, con incuestionable inteligencia, previsión y malicia, para acomodar cada pieza de su reforma-elección conforme a la ley.
La presidenta Sheinbaum sólo tuvo que seguir al pie de la letra lo que él dispuso. Por eso, en su cínica reaparición para votar auxiliado por un acordeón, no tuvo empacho en calificarla como la mejor presidenta de México.
Y ella, cual intérprete de la visión. Sentir. Pensar de millones de mexicanos, tampoco lo tuvo al ufanase de que la jornada electoral fue impresionante, maravillosa, democrática.
López Obrador inició. Propuso. Impulsó. Concretó un Golpe de Constitución. Un Golpe a la Carta Magna. Ella lo ha concluido.
Figura totalmente novedosa. Original. Ingeniosa. Innovadora. Creadora.
Que desbarató la Constitución ¡con la Constitución!
Un Golpe sin sangre (por ahora). Realizado con base en la norma.
Todo cuanto hizo AMLO mirando a ese propósito, estuvo amparado en la ley. No hizo nada ilegal. Todo era procedente. Fundado. De la legalidad hizo derivar la ilegitimidad.
Pero lo inmoral. Perverso. Vil. Ruin, ahí está. En cada paso que dio para desaparecer la División de Poderes apeló, secundado por su sucesora, a prácticas políticas que, con él, moralizador del poder público de palabra, habrían de ser desterradas.
El extremo de estas fue la manera como el gobierno llevó a votar a su militancia partidista. Utilizó todos los recursos para motivar e inducir el voto. Sobrepasó cualquier restricción legal. Pasó por encima de toda decencia.
En materia de concentraciones y movilizaciones, los gobernadores se convierten en cuotistas; es decir, en aportadores obligados de acarreados. Ninguno se atrevería a pasar por alto instrucciones cuya fuente conocen muy bien.
El gasto que hizo el gobierno en todo el país para manipular a millones de personas es grotesco. Inútil. Injustificable. Sólo sirvió para que su clientela le diera la espalda.
Contrario a la percepción presidencial, de que la jornada electoral un “éxito”, los números del resultado permiten afirmar que fue un fracaso.
Sí. Un rotundo y total fracaso.
Este, empero, no se circunscribe a porcentajes. Tiene un significado político extraordinario. De largo. Insospechado alcance.
El 13% o cualquier otro porcentaje que finalmente se le antoje dar al INE, que seguro convalidará el TRIFE, es más que un desaire. Desinterés. Desdén. Indiferencia.
Es un rechazo inocultable.
Un ¡no! silencioso.
No a la reforma.
No a la elección.
No a las decisiones del gobierno.
Es una expresión masiva de disenso.
Disenso significa desacuerdo. Desaprobación. Reprobación. Rechazo. Derivado del fastidio. Hartazgo. Cansancio.
Eso, específicamente, es lo que la baja. Penosa votación con sus lastimosos acarreos es lo que los mexicanos están diciendo a sus autoridades.
La elección judicial, lejos de relegitimar a la presidenta, la deslegitimó. Ante eso, no valen mañaneras. Propaganda. Encuestas. Defensas de incondicionales.
Ese paupérrimo apoyo, que en rigor se manifestó a la presidenta y a su partido, no es consenso.
Este, esencialmente, es consentimiento. Acuerdo. Aprobación. Aceptación. Respaldo.
Y con esto, clarísimamente, la presidenta de la República no cuenta. Esa es la traducción justa, trascendental, de lo ocurrido el domingo en “las urnas”.
Ningún gobernante en el mundo puede ufanarse de que con un 10, 12, 15% de aprobación en la especie de plebiscito que fueron los “comicios”, la sociedad lo aprueba. Aunque lo digan los estudios demoscópicos.
Los morenistas lo negarán una y mil veces. Culparán a los Medios de que la votación haya sido exangüe, como lo hace Chango León, pero la realidad está ahí. No podrán alterarla. Borrarla. Enterrarla con su verborragia.
Y lo peor no terminará en eso.
Eventualmente, el revés que se llevaron el partido y el gobierno, encarnados en la presidenta de la República, podría traducirse en el inicio de un proceso de concientización social
Que, aún a plazo incierto, se traduzca en una descolonización.
El disentimiento. Las divergencias. Inconformidades. Discrepancias, se acentúan. Agravan. Radicalizan por la reincidencia de actos de deshonestidad. Mentiras. Traiciones. Excesos de los gobernantes.
¿Puede alguien creer o esperar que los morenistas, engreídos, arrogantes, prepotentes y autoritarios, puedan o quieran cambiar esas actitudes, que son su impronta?
Confiados es que se han hecho del poder total. Y que lo detentarán para siempre, previsiblemente serán más intolerantes. Arbitrarios. Violentos. Insoportables.
Hasta ahora, han pasado por alto que eso tiene consecuencias y costos. Tarde o temprano, los reincidentes contumaces pierden.
En ese punto, precisamente, es donde podría empezar a larvarse una reacción colectiva al desastre que ha causado el morenismo.
Por insólita que sea la capacidad de resistencia ante la barbarie de la colonización. Nula toda posibilidad de liberación, en algún momento la población se percata. Se une. Se moviliza por el hartazgo de las injusticias. Malos tratos. Abusos. Sufrimientos y dice: “¡ya basta!” “¡Hasta aquí!”.
Y, como lo enseña la Historia en tantas proezas, las personas arriesgan todo por su libertad. Dignidad. Derechos. Por volver a ser ciudadanos. Por SER, a secas.
En los procesos históricos, es común que al final de algo, comience otra cosa que al momento no se puede identificar. Pero nada es coincidencia. La espontaneidad de los hechos tienen un origen. Razones. Expresiones. Desenlaces.
Eso es lo que el morenismo no percibe. Ni le importa. Concibe la Historia como una línea continua de tiempo. Inacabable. En la que todo el poder será suyo por siempre.
Cuanto más sean los sacrificios que imponga con su nueva Conquista, más pronto la sociedad se obligará a hacer cuanto esté a su alcance para terminar con la opresión y recuperar su libertad.
Para eso, es el turno de los jóvenes. Es el momento de que abandonen su quietismo. Indiferencia. Desinterés. Repudio a la política, que tan poco les da y nada les ofrece.
Los envuelven los requerimientos. Tienen a su alcance los medios para conseguirlos. Podrían empezar por el primero. Básico. Elemental. Infaltable, que es la libertad.
“…la necesidad es la última y mejor de todas las armas”, sentencia Maquiavelo.
Línea de Fuego
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