Nunca fui patriotero o de matracas no obstante que me formé, hasta antes de la universidad, sólo en escuelas oficiales donde me enseñaron -a regañadientes y coscorrones- un himno dedicado nada más y nada menos que a la nacionalización del petróleo. Plena época del partidazo y su dominación.
Nunca, a pesar de tanto priismo circundante, prevaleciente, tóxico y cultural como el de ahora, no aceptaría, como no acepto hoy, que se empuñen el lábaro y el escudo que algún día nos reunieron como mexicanos para abrir garitas de odio, de noñería supina, de pequeñez entre nosotros.
Ensimismada, más bien confundida, desprovista y patética en su identidad o en su razón política, if any, cierta élite populista y minúscula, se deshonra. Y este justamente es el ex México que ya no queremos.
Un país en el que se silencie el contradecir o se persiga a quienes señalan corruptelas y males. Un país, el ex país, en el que “no hay más ruta que la nuestra”.
Un ex país que al no disponer del aparato forense idóneo, habrá de demorar hasta 120 años en identificar a los miles y miles de muertos por la barbarie que ahora lo define.
Esa barbarie doliente y olvidadiza de San Lázaro, donde otros rudos, más bien salvajes, los de siempre, trataron de imponer su ley.
Nunca sentí tanta nostalgia por el futuro. Aunque la añoranza, lo sé, es una especie de llamado efectivo a la acción si se lleva el corazón por delante.
Como si todo pudiera o debiera resolverse en una continuidad mecánica, a punta de patrioterías y banderazos mediocres y mediáticos, de mentiras, de posposiciones y fracturas, de escaramuzas contra el “extraño enemigo” interior que la mezquindad necesita.
Nunca fui patriotero, de matracas, tricolor exultante o diputado. Los méritos no me dieron y las ansiedades no llegarían a tanto. “Sí, protesto”, me hubiera encantado gritar, pero la vergüenza y la congruencia de siempre me pidieron el aguante. Protesto, protestaría, protestaré siempre contra la vulgaridad, la osadía y la insolencia sin más.
¿Qué México queremos después del presidente López Obrador?
Un país verdaderamente heredero de los trabajos y los días que vinieron con él, de sus principios y sus antiguas luchas, desde las pacientes horas en los canales de cultivo del Grijalva hasta las tepocatas malsanas del prepotente Fox, el fraude de 2006 y los excesos de Calderón.
¿Qué México queremos después del presidente López Obrador?
Un país menos triste, más institucional, con más fe y entusiasmo en sí mismo, en el que la política, el fastidio electoral y las presencias cotidianas del gobierno cedan su paso a la tranquilidad, a las tareas urgentes en seguridad y educación, y al progreso equitativo de todos.
Un país más fiel a su espejo diario.
Una matria, no patria, de naciones sabias y nutricias.
Un país, verdadero ex país, donde el diputado patriota aparezca un día como verdadero escarabajo huérfano.
Un país con más amaneceres que mañaneras.
Un país en el que las nuevas inteligencias sociales de las mujeres y de los jóvenes, junto con los creadores, ambientalistas, científicos, y tantas y tantos otros, terminen de indicarnos el qué y el por dónde seguir.