Vivimos no sólo épocas de cambio, sino un verdadero cambio de época. Comenzó con la disrupción tecnológica y la digitalización, transformando la forma en que nos comunicamos, trabajamos, estudiamos, nos entretenemos y hasta compramos. Ahora, la inteligencia artificial ha llegado a acelerar aún más este proceso, convirtiéndose en una de las herramientas más poderosas y desafiantes que la humanidad ha enfrentado.

A estos cambios se suma un giro radical en la forma en que el mundo funciona. En los años 80, desde Estados Unidos y Occidente, el discurso dominante era el de la democracia y el libre comercio. Fue la era de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se impulsaron políticas de libre mercado y se promovió la apertura económica a nivel global.

Se usó al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) para mejorar las bases del comercio internacional y poco más tarde, en los 90’s nació la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Se negociaron los tratados que en la siguiente década darían pie al mercado único europeo (Acta Única Europea de 1987) y el tratado de libre comercio de Norteamérica, y muchas dictaduras fueron reemplazadas por democracias en América Latina y Europa del Este en las llamadas "olas de democratización". La narrativa dominante era clara: los países que adoptaran el libre mercado, el libre comercio y la democracia prosperarían, si acompañaban esto de un Estado fuerte que mediante regulación e intervención garantizara la seguridad, la justicia, minimizara los excesos y promoviera un crecimiento más incluyente.

Hoy, en pleno 2025, estamos sustituyendo ese paradigma por gobiernos autoritarios, economía de cuates y proteccionismo.

Ante esta realidad, vale la pena preguntarnos: ¿cómo entender y posicionarnos frente a estos cambios? ¿Cómo navegar en estas aguas inciertas? La respuesta está en Revisar, Reflexionar y Reforzar nuestros ideales y principios, usarlos como brújula para guiarnos en este nuevo entorno lleno de incertidumbre, también como el lente través de la cual analicemos la realidad. Y si hay un ideal que merece ser defendido con más fuerza que nunca, es la libertad.

Porque la libertad no es sólo un derecho más, es el que nos hace realmente humanos. Es lo que nos permite decidir, actuar y forjar nuestro propio destino. No es una promesa de felicidad, pero sin ella, ni siquiera podríamos aspirar a ser felices.

La libertad no es un concepto abstracto, es algo que se vive todos los días en sus distintas expresiones: libertad de pensamiento, libertad de expresión, libertad de empresa. Y es precisamente esta última la que define el modelo económico que ha demostrado ser el más efectivo para combatir la pobreza, mejorar la calidad de vida de la gente y generar riqueza: el libre mercado.

Desde 1990, cuando el mundo comenzó a adoptar más políticas de libre comercio y economía de mercado, la pobreza extrema se redujo drásticamente. Según el Banco Mundial, en 1990 el 36 % de la población mundial vivía con menos de 2 dólares al día. Para 2019, esa cifra cayó a menos del 9%.

Países como China y la India, que pasaron de economías cerradas a sistemas de libre comercio, sacaron a cientos de millones de personas de la pobreza. Países aún más democráticos y con mayor libertad en sus mercados crecieron aún más y a sus poblaciones les fue aún mejor, como Corea del Sur, Taiwán, Irlanda, Chile, Uruguay o Polonia.

En contraste, los países que han mantenido modelos económicos cerrados y con alta intervención estatal, como Venezuela o Corea del Norte, han visto hundirse sus economías y empobrecerse a su población.

Cuando se respeta la libertad de empresa, cualquier persona tiene el derecho de emprender y competir en igualdad de condiciones. Sin embargo, esta libertad se ve amenazada cuando el Estado interviene más de la cuenta, ya sea con monopolios públicos o regulaciones excesivas, cuando no nos permite o nos dificulta dedicarnos a eso que realmente queremos.

Tomemos un ejemplo claro: Pemex. Nos han vendido la idea de que Pemex es "de los mexicanos", pero ¿a alguien le han depositado un dividendo por ser dueño? ¿Nos convocan a una junta de accionistas para decidir su rumbo? No. La realidad es que Pemex es un hoyo financiero que drena los recursos públicos y que, lejos de beneficiar a la población, sirve a intereses de unos cuantos: el gobierno en turno, los funcionarios de Hacienda y los directivos que se quedan con los beneficios. ¿Eso es soberanía?

La verdadera soberanía es la capacidad de gobernarnos a nosotros mismos sin depender de otros. Y hoy, México es cada vez menos soberano: tenemos vastas zonas del país controladas por el crimen organizado, ahora somos más dependientes que nunca del gas estadounidense y de varios productos agrícolas, hemos perdido independencia, hemos perdido soberanía.

Por eso es urgente retar las creencias impuestas por décadas. No basta con aceptar lo que nos dicen sin cuestionarlo. La libertad es el criterio que debemos usar para analizar el mundo y decidir en qué creemos. Porque sin libertad, no hay pleno desarrollo de los humanos.

Otro de esos ideales muy importantes de defender es la democracia, que tiene muchos defectos y es necesario actualizarla a esta nueva época, pero como dijo Churchill, la democracia es muy mala forma de gobierno, pero todos los demás son peores, entregan peores resultados. Veo con mucha preocupación que muchos jóvenes empiezan a decir que el autoritarismo se justifica si con eso se alcanzan ciertos fines. Para empezar, casi todos los autoritarismos terminan en fracaso, y esto ocurre porque al tener tanto poder concentrado en tan pocas manos, se generan todos los incentivos del mundo para abusar, pues no habrá consecuencias.

Además, no existe ningún pequeño grupo de humanos que tengan la respuesta a todos los problemas y terminan cometiendo equivocaciones muy graves. Dicen que dos mentes piensan mejor que una, pues muchísimas mentes piensan mejor que unas pocas.

El autoritarismo combina dos bombas de tiempo al darle todo el poder a pocos individuos: no le pone límite a sus equivocaciones y nos hace pagar caro a todos sus errores, además de que les da todos los incentivos del mundo para abusar por la impunidad de la que goza alguien que tiene todo el poder del país. Cuidado si en un régimen autoritario no estamos con el máximo líder, porque probablemente nuestro destino sea la cárcel. Los invito a ver la película brasileña Aún estoy aquí.

La libertad y la democracia no son garantías inamovibles, son conquistas que deben defenderse todos los días. No basta con darlas por sentadas, porque basta un descuido, un falso mesías con promesas vacías, para que se nos escapen de las manos. Nuestra libertad no es gratuita, se tiene que defender.

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