Muchos países han logrado mejorar dramáticamente las condiciones de vida de su población y México también puede hacerlo. No hablo solo de generar más riqueza, sino de alcanzar altos niveles de bienestar, servicios de calidad en vivienda y salud, menos pobreza, menos violencia y más oportunidades. Los fracasos no son permanentes, es posible salir adelante.
De hecho, dos de los tres anunciados esta semana como ganadores del Premio Nobel de Economía, Daron Acemoglu y James A. Robinson, nos muestran cómo podemos lograr este cambio con su libro “Por qué las naciones fallan”, publicado en 2012.
Para los autores, la clave está en tener instituciones inclusivas, es decir, instituciones que permitan y fomenten la participación económica y política de una amplia mayoría de la población. Todo lo contrario ocurre cuando las instituciones son extractivas, limitan la participación de los ciudadanos y extraen riqueza de unos para dársela a la élite beneficiada. Esto hace que se desaproveche el talento de la gran mayoría, al arrebatarles las buenas oportunidades y llenarlos de obstáculos.
Quiero señalar como ejemplo a los monopolios, porque impiden la participación de otros competidores económicos y al ser la única opción extraen beneficios de clientes y competidores. Pensemos en que existen muchos restaurantes en nuestro entorno, todos compitiendo por atraer clientes ofreciéndoles mejor calidad a menor precio, uno puede elegir el que más le guste y acudir a diferentes restaurantes en diferentes días para diversificar su alimentación.
En cambio, si sólo hubiera una única opción de donde comer, uno se aburriría, más preocupante aún, el restaurante podría elevar los precios y bajar la calidad de los alimentos, de cualquier forma la clientela no tendría de otra que acudir ahí.
Para probar que esta es la clave para prosperar, más allá de la cultura, la ubicación geográfica o los recursos naturales, los autores y ganadores del premio Nobel presentan ejemplos de poblaciones que son iguales en casi todo: comparten el mismo origen, cultura, religión y geografía, pero tienen diferentes instituciones. Unos viven bajo instituciones inclusivas, y otros bajo instituciones que benefician solo a una élite, lo que genera resultados diametralmente opuestos en la calidad de vida.
Destacan el caso de Nogales en 2012, una ciudad con el mismo origen, dividida por la frontera política entre México y Estados Unidos. Al norte, Nogales, Arizona, tiene altos niveles de bienestar, mejores servicios y más oportunidades. En cambio Nogales, Sonora, al sur, enfrenta más pobreza, violencia y servicios deficientes. Lo único que los diferencia son las instituciones políticas y económicas: mientras en Estados Unidos se fomenta la participación económica y la política de la mayoría, en México estas oportunidades han sido limitadas debido a instituciones que históricamente han dificultado la aparición de emprendedores, su crecimiento y la participación política de los mexicanos.
Pero ese no es el único caso. Hay muchos otros con el mismo pueblo, con mismas condiciones iniciales, pero con reglas diferentes que con el tiempo han generado diferencias significativas en la calidad de vida de las personas. Casos como el de Corea del Norte y Corea del Sur; Alemania del Este y del Oeste; República Checa y Eslovaquia, Taiwán, Hong Kong y Macao que es el mismo pueblo, pero con mucha mejor calidad de vida que la China continental por tener instituciones mucho más inclusivas. Casos un poco similares son los de Haití y República Dominicana, Sudán y Sudán del Sur, India y Pakistán, entre muchos otros; Italia del Norte vs. Italia del Sur, Estados Unidos del Norte vs. Estados Unidos del Sur antes de la Guerra Civil, y Vietnam del Norte vs. Vietnam del Sur y muchísimos más.
Los ganadores del Nobel también argumentan que las instituciones importan más que las buenas intenciones de los gobernantes. Ofrecen también varios ejemplos, como en el caso de Etiopía, para ilustrar cuando los bien intencionados gobernantes no lograron mejorar las condiciones de vida de su gente porque no lograron mejorar las instituciones para hacerlas realmente incluyentes.
Los recursos naturales, la cultura, la geografía, la intención y la capacidad de los gobernantes importa, y mucho, para determinar la calidad de vida de su gente, pero en el largo plazo importan bastante más las instituciones con las que vivimos, como demuestran tantos casos de pueblos con las mismas características que por tener instituciones distintas, tienen tan distintos resultados.
Desafortunadamente las instituciones extractivas son increíblemente resistentes al cambio. Aquellos que se benefician de ellas tienen mucho poder y pocos incentivos para permitir reformas que redistribuyan el poder y las oportunidades de manera más equitativa. Prefieren hacer como que las cosas cambian sin realmente darle más poder a la gente, ni facilitarle la vida a los emprendedores.
Aunque la mayoría puede querer un cambio, las élites controlan recursos clave como el poder militar, económico y político, lo que les permite reprimir, cooptar, distraer o debilitar cualquier intento de redistribución.
Afortunadamente el fracaso no es una condena permanente. Muchos países han demostrado que mejorar las instituciones para hacerlas más inclusivas, puede transformar dramáticamente las condiciones de vida de la población, y México también puede hacerlo. Japón después de la guerra, Taiwán, Corea del Sur, Singapur, Estonia, Israel, Uruguay, Irlanda, Polonia, Botsuana, entre muchos otros, son ejemplos de países que pasaron en pocos años de la pobreza a tener envidiables condiciones de vida. Ahora tienen mucho mejores trabajos, mejores vacaciones, esparcimiento, entretenimiento, mejores viviendas, y servicios de salud de mucha mayor calidad, mostrando que un cambio en las reglas puede impulsar el progreso.
Pero para que este cambio suceda, no basta con buenos deseos o la acción de unos pocos. Debe haber un fuerte compromiso para la construcción de nuevas instituciones inclusivas, y este proceso requiere de una participación amplia de la sociedad. Si bien hablar de instituciones puede sonar aburrido o demasiado abstracto para la mayoría, es crucial hacerlo un tema relevante y atractivo, que esté en boca de la mayoría de una u otra forma.
Solo cuando la mayoría se involucre en la creación de estas nuevas reglas del juego, el cambio será duradero y sostenible, y México podrá avanzar hacia una sociedad más equitativa. Las y los mexicanos tenemos todo para alcanzar nuestras metas. El camino a seguir no es fácil, pero está muy claro que juntos sí podemos.
Por ahora queda la duda, ¿estamos los mexicanos construyendo instituciones cada vez más inclusivas, que distribuyen cada vez mejor las oportunidades entre la población o estamos sólo cambiando una élite por otra que es la única que se ve beneficiada?