Sin electricidad no hay país: no hay agua en la llave, no hay celulares cargados, no hay luz en la calle, no hay refrigeradores, no hay fábrica, no hay empleo. Nuestro estilo de vida entero cuelga de un cable, y ese cable empieza a sacar chispas. Pero también es cierto: México tiene un enorme potencial eléctrico que, bien gestionado, podría impulsarnos a lo grande.
Todo esto lo confirmé hace poco en una conversación con Casiopea Ramírez para el podcast En Blanco y Negro disponible en: youtu.be/5ccjDdBNEIo?si=biN4_PpGiMRTCHdf, donde me quedó más claro que nunca que nuestro sistema eléctrico vive entre inversiones insuficientes… y un futuro prometedor.
México hoy depende de combustibles fósiles para generar electricidad, sobre todo del gas que importamos y que representa alrededor del 60% de todo lo que consumimos de electricidad.
Casiopea fue insistente en que nuestra forma de producir electricidad es muy cara. En lugar de usar más tecnologías limpias, modernas y baratas, usamos plantas viejas, poco eficientes, y eso hace que producir luz cueste mucho más de lo que debería.
En la actualidad, ¡México produce más electricidad con combustóleo, carbón y otros hidrocarburos que antes! En cambio se redujo la participación de otras fuentes como las renovables. El problema es que usar combustóleo, y en plantas viejas a las que recientemente se les ha dado poco mantenimiento, puede costar hasta 10 veces más que hacerlo con energías renovables de plantas nuevas y modernas.
El recibo de la luz para los hogares no ha subido mucho, pero sí ha subido para las empresas que generan los productos y servicios que consumimos, eso ha impactado en que se hayan encarecido las cosas. Además, hemos tenido que destinar más dinero de nuestros impuestos en subsidiar el recibo de luz doméstica. Alrededor de 90 mil millones de pesos al año en el sexenio pasado. Pero como dijo Casiopea, ese dinero no cae del cielo: es el mismo que luego falta para hospitales, medicinas, policías, calles que se caen a pedazos por tanto bache. El consumidor también lo paga, aunque no se note.
El problema no es solo de dinero, sino de visión. La Agencia Internacional de Energía ya advirtió que para 2050 el consumo mundial de electricidad se va a triplicar o hasta cuadruplicar. En México ya vamos tarde: la red eléctrica crece menos del 1 % al año, cuando la demanda aumenta cerca del 3 % anual. Para ponértelo fácil: estamos usando más electricidad de la que nuestra infraestructura puede mover. Por eso las lámparas parpadean, los cargadores se sienten más calientes y las baterías empiezan a deteriorarse antes, aunque sea complejo de notar; no es un misterio, es física.
Y luego viene otro detalle clave que explicó Casiopea: no importa cuántas plantas tengamos si la mitad no pueden operar todo el año, pues les falta mantenimiento y algunas son bastante viejas. Aunque México tiene capacidad instalada de unos 90 mil megavatios, que si se operara las 24 horas y los 365 días del año, estaríamos hablando de una generación de 788 mil GWh, en realidad solo producimos alrededor de 353 mil GWh al año. Eso significa que operamos con un factor de planta del 45%. Esto es ineficiente.
Ahí está el ejemplo de la península de Yucatán: una región que depende de un solo cable que la conecta al resto del país; un cable, uno. Si falla, todo truena. Y eso ya ha pasado varias veces, dejando a la península sin luz por horas. Por ejemplo, recientemente se presentó un apagón generalizado de por lo menos 4 horas que impactó a más de 2 millones de usuarios. Este apagón afectó a los hogares, en las calles, escuelas, comercios, zonas turísticas, aeropuertos y hasta en los hospitales.
Yo estuve recientemente en Quintana Roo y no pude pagar gasolina con mi tarjeta bancaria, quién me atendió me señaló que esto sucede cotidianamente y es causado por los constantes apagones. Este tipo de situaciones no solo es inaceptable, sino que además pone en riesgo el bienestar de la ciudadanía.
Por otro lado, en el país, se construyeron dos plantas nuevas, pero no tienen gasoducto para hacerlas operar, lo que las hace vulnerables. Como dijo Casiopea: “eso no es planeación, es esperar milagros de ingeniería”.
Y lo más irónico es que México había logrado lo que muchos países soñaban: un modelo que combinaba inversión privada con acceso barato a la electricidad. Las famosas subastas de largo plazo —que nosotros inventamos— fueron aplaudidas en todo el mundo. Los proveedores se peleaban por ofrecernos el precio más bajo; rompimos récords mundiales por tener la electricidad más barata del mundo, y en solo tres años multiplicamos por diez nuestra capacidad renovable.
La generación limpia crecía hasta 7 % anual, justo lo que un sistema moderno necesita para mantenerse sano. Primero entraba a la red lo más barato y más limpio: eólica, solar; después gas; al final combustóleo, que es caro, sucio y dañino. Pero en 2019 se decidió caprichosamente que las energías renovables eran “menos confiables” y se priorizaron las plantas viejas, menos eficientes y más caras, así lo dicen los números oficiales.
Resultados colaterales: la inversión privada se detuvo, los permisos se congelaron y proyectos completos quedaron listos sin poder conectarse. Hoy, si una empresa quiere instalarse en México, lo primero que pregunta no es por carreteras, ni por agua, ni por mano de obra: pregunta “¿dónde me conecto a la luz?”. Y en varios estados la respuesta es: “no hay dónde”.
Querétaro es un caso emblemático: un estado que crecía al 5 % durante décadas, y que en los últimos siete años cayó a un promedio de 0.4 %. Crece diez veces menos. Y así podríamos seguir con otros estados. Cuando no hay energía, no hay fábricas; sin fábricas, no hay trabajo; sin trabajo, no hay desarrollo.
Mientras tanto, del otro lado de la frontera están más preocupados que nosotros. Más de 14 mil empresas de Estados Unidos —incluyendo 3M y Johnson & Johnson— advierten que México está complicando tanto la inversión eléctrica que se está volviendo un riesgo para sus operaciones. La National Association of Manufacturers lo llamó abiertamente “cerrazón”.
Un mensaje durísimo para un país que se promociona como destino estrella del nearshoring. Incluso los proveedores de autos, semiconductores y manufactura avanzada están empezando a explorar otros países. No porque quieran, sino porque necesitan energía estable. Y ese aviso pesa: “si no hay electricidad suficiente, no habrá inversiones industriales, no habrá empleos, no habrá crecimiento”.
La verdad es que si quisiéramos ponernos las pilas —literalmente— México tendría que estar creciendo su capacidad eléctrica alrededor del 7 % anual, mucho más que el 1.5 % actual. Es algo que sí podemos hacer porque la capacidad, el talento, el sol, el viento y la creatividad los tenemos, lo que falta es tomárselo en serio.
Hay mexicanas y mexicanos muy talentosos que podrían hacer una gran labor al frente de empresas y demás organismos estatales como la Comisión Federal de Electricidad (CFE), como por cierto el recién fallecido Alfredo “Tito” Elías Ayub, quien dirigió la CFE de 1999 a 2011, periodo en el que la CFE se consolidó como una empresa de clase mundial y se redujeron sustancialmente los apagones que ahora estamos viendo volver.
Mexicanos muy talentosos sí hay, pero no estamos siendo capaces como sociedad de poner en los puestos públicos a los más idóneos, no estamos haciendo bien nuestra labor de “cazatalentos” y es algo que debemos cambiar para mejorar.
A los jóvenes debería importarles esto como si fuera un asunto personal. No es un tema técnico, ni un pleito entre ingenieros: es su futuro. Sin electricidad no hay internet, tampoco hay crecimiento, y sin crecimiento no hay empleos. El país no puede ser moderno si su sistema eléctrico no lo es. Y como dijo Casiopea, “la electricidad es literalmente lo que habilita nuestra vida cotidiana”.
México ya demostró que puede innovar, puede liderar y puede inspirar. Lo único que hay que hacer es volver a conectar con el sentido común, y claro: prender ese switch.

