El TMEC hizo de América del Norte algo más que un mapa; la convirtió en una región imparable. Imagina un restaurante que pasa de tener unas cuantas mesas ocupadas a convertirse en el lugar favorito de la ciudad, con 10 veces más clientes. Eso mismo le pasó a México con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ahora llamado TMEC.

Hoy, los bienes hechos en nuestro país que compran Estados Unidos y Canadá son diez veces mayores que antes de la firma del tratado en diciembre de 1992. Esto no solo trajo un aumento en el comercio, sino que también transformó vidas: los empleos relacionados con lo que exportamos a nuestros vecinos son un 38% mejor pagados que el promedio nacional.

México no fue el único que ganó. Para EE.UU., el acuerdo multiplicó por 6 lo que le vende a México. Actualmente, somos su mayor mercado de exportación, más grande que toda la zona euro, y más grande que Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong combinados.

Este comercio sostiene cinco millones de empleos en Estados Unidos y convirtió a México en un aliado económico estratégico. Antes del TMEC, solo dos estados —Texas y Arizona— consideraban a México su principal socio comercial; hoy, lo somos para 6 estados en total y el segundo socio para otros 21 estados.

Canadá también vio crecer su comercio con México. Los productos que los mexicanos compramos de su país se han multiplicado por diez, lo que demuestra que los beneficios del TMEC no han sido unilaterales. Este acuerdo no solo integró economías, sino que construyó una alianza que ha marcado a toda América del Norte.

No obstante, el mundo ha cambiado drásticamente desde la implementación del TMEC. Francis Fukuyama, en su libro "Identidad: La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento", señala que la política del siglo XX se centraba en debates económicos, como el capitalismo versus el socialismo. Sin embargo, en las últimas décadas, ha emergido una "política de identidad", donde grupos buscan el reconocimiento de sus particularidades, ya sea por nacionalidad, etnicidad, género o religión. Esta transición ha transformado el discurso y las dinámicas políticas actuales.

En este nuevo contexto, miles de trabajadores de manufactura han perdido sus empleos y demandan políticas más proteccionistas, como la imposición de aranceles a empresas que producen en el extranjero, con el objetivo de proteger las industrias locales y sus puestos de trabajo.

Por ejemplo, en EE.UU., la producción manufacturera creció de 1.4 billones de dólares en 1998 a 2.5 billones en 2021, un incremento equivalente al PIB de países como Indonesia o Turquía. A pesar de este crecimiento, el sector manufacturero disminuyó su participación en la economía estadounidense, pasando del 16% en 1998 al 10.6% en 2021. Además, el empleo en manufactura se redujo de cerca de 20 millones de trabajadores en 1979 a 13 millones en la actualidad, a pesar del aumento poblacional y de la producción, debido a la innovación tecnológica y la automatización. No todos se beneficiaron del TMEC, la globalización y los avances tecnológicos.

Además, eventos recientes como pandemias, conflictos armados y fallas logísticas han expuesto la fragilidad de las cadenas de suministro globales. La globalización ha perdido atractivo, y el comercio internacional tiende a concentrarse nuevamente entre vecinos y aliados, con la competencia enfocándose en regiones específicas.

El mundo cambió y es justo que haya un ajuste al TMEC, pero en medio de estos cambios necesarios, han surgido propuestas que ponen en riesgo la integración lograda en América del Norte, voces prominentes han planteado desmantelar lo construido.

Donald Trump, en su campaña, ha dejado claras sus intenciones: renegociar el TMEC con términos mucho más duros para México y Canadá. Entre sus propuestas está imponer aranceles de hasta el 100% a las importaciones de vehículos mexicanos si no se cumplen sus demandas, y tarifas estratosféricas del 500% a automóviles producidos por empresas chinas en México. Trump también ha amenazado con más aranceles a México si no detiene el flujo migratorio hacia EE.UU.

Por su parte, Doug Ford, primer ministro de Ontario, ha sugerido que Canadá y Estados Unidos deberían explorar un acuerdo comercial bilateral si México no toma medidas contundentes contra el transbordo de productos chinos. Argumenta que México está actuando como una "puerta trasera" para bienes chinos, dañando las economías de sus socios norteamericanos. Ford incluso planteó que, de no igualar los aranceles a las importaciones chinas, México no debería tener acceso al acuerdo comercial que ha beneficiado a los tres países.

El desmantelamiento del tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá sería un golpe devastador para las economías de los tres países. La integración que hemos construido no solo ha permitido que cada nación aproveche sus fortalezas, sino que ha creado una sinergia única en sectores clave como el automotriz, el aeroespacial y el agrícola. México, por ejemplo, lidera en la producción de arneses eléctricos para vehículos, componentes esenciales que conectan los sistemas de los automóviles. Empresas globales como Yazaki, Lear y Aptiv han elegido México por su mano de obra calificada y costos competitivos. Replicar esta especialización en Estados Unidos o Canadá sería significativamente más caro y lento.

La diversidad climática y geográfica también es una ventaja estratégica que beneficia a toda Norteamérica. Mientras Estados Unidos y Canadá enfrentan inviernos que limitan la producción agrícola, México puede cultivar y exportar frutas y hortalizas frescas todo el año. Aguacates, tomates y berries son ejemplos de productos que llegan a las mesas de los consumidores en Estados Unidos gracias a esta integración. Reemplazar estas importaciones sería complejo y caro, por la infraestructura ya establecida en México y por nuestro clima.

Además, la interdependencia económica va más allá de la agricultura o la manufactura; el 40% del contenido de las exportaciones finales de México a EE.UU. es de origen estadounidense. Esto significa que los tres países no solo comercian entre sí, sino que producen juntos. Cada componente que cruza las fronteras varias veces antes de ensamblarse en un producto final representa empleos, innovación y competitividad para la región. Abandonar este modelo integrado no solo sería un error estratégico, sino un retroceso en décadas de progreso conjunto.

Entre los tres países, México es quien más tiene que perder si el TMEC desaparece. Nuestra economía depende en gran medida de Estados Unidos y Canadá; más del 80% de nuestras exportaciones tienen como destino estos países, mientras que su dependencia hacia nosotros es mucho menor. El comercio con América del Norte no solo sostiene millones de empleos en México, sino que representa una parte crucial de nuestra estabilidad económica. Sin este acuerdo, enfrentaríamos barreras comerciales que pondrían en riesgo nuestra posición como socio estratégico y nuestro desarrollo como nación.

Para fortalecer nuestra posición en el TMEC, debemos alinear nuestras políticas, como en el caso energético, medioambiental, de migración y la posición de los países respecto a China, encontrando un equilibrio que permita a los mexicanos mantener buenas relaciones con nuestros principales socios comerciales sin renunciar a nuestra soberanía para comerciar con el resto del mundo. Este balance es esencial para evitar conflictos que puedan debilitar nuestra integración regional y, al mismo tiempo, aprovechar nuevas oportunidades en el comercio global.

Mantenernos unidos bajo el TMEC no es solo cuestión de economía, sino de visión compartida para el futuro de América del Norte. Este acuerdo nos ha dado fortaleza como región, integrando nuestras capacidades y creando oportunidades para millones de personas. A los tres países nos conviene permanecer en esta alianza estratégica, pero debemos trabajar juntos para convencer a nuestras sociedades y líderes de la importancia de preservar esta amistad fructífera. Al final, nuestra unión no solo define nuestra prosperidad, sino nuestra capacidad de enfrentar los retos del mundo como una región imparable.

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