Déficit comercial, lo que Donald Trump y muchos ven como una señal de decadencia es, en realidad, una señal de una de las mayores fortalezas económicas de Estados Unidos.
Eso que suena a problema —importar más de lo que se exporta— tiene una contraparte igual de poderosa: el mundo entero le manda dinero a Estados Unidos para financiar ese déficit comercial. Y no por caridad, sino porque todos quieren invertir ahí. Esta es la historia de cómo el déficit comercial estadounidense y la inversión extranjera son dos caras de la misma moneda.
Vamos por partes. Estados Unidos compra más cosas del extranjero de las que le vende al mundo. A eso se le llama “déficit comercial”. Tan solo en diciembre de 2024, importó mercancías por 365 mil millones de dólares, y exportó 266 mil millones, dejando un hueco mensual de casi 98,500 millones. Suena mal, ¿no? Pero no lo es. Porque ese dinero que sale del país para comprar productos… regresa casi de inmediato en forma de inversión extranjera.
Esa es la parte que muchos no ven. Cuando un país tiene un déficit comercial, debe financiar esa diferencia de alguna manera. Y en el caso de Estados Unidos, la forma en que se financia es con la confianza del mundo entero en su economía. Ese déficit se compensa con una entrada masiva de dinero del extranjero, que llega a través de tres canales principales:
Primero, la inversión extranjera directa. Es decir, cuando una empresa extranjera decide construir una planta, abrir oficinas o desarrollar infraestructura en territorio estadounidense. Un ejemplo: Honda tiene una planta enorme en Marysville, Ohio, que produce más de 400,000 vehículos al año. Toyota invirtió más de mil millones de dólares en su planta de Georgetown, Kentucky, creando miles de empleos. Y más recientemente, Samsung anunció una inversión de 17 mil millones de dólares para fabricar chips en Taylor, Texas. Todo eso es dinero que llega para quedarse, construir y producir dentro del país.
Segundo, la inversión de portafolio. Ese es el dinero que llega a través de la compra de acciones, bonos corporativos o fondos de inversión. Extranjeros compran partes de empresas como Amazon, Apple, Google, Microsoft o Tesla. Creen en su potencial, en su capacidad de crecer, y por eso deciden poner su dinero ahí.
El dinero que sale por Walmart regresa por Wall Street, en forma de inversiones para las empresas estadounidenses y ese capital hace que esas empresas sean más grandes, innovadoras, que creen más empleos para los estadounidenses y les den salarios más altos.
Tercero, están los préstamos y compra de deuda pública. El gobierno de Estados Unidos emite bonos del Tesoro, y muchísimos países —incluido China— se los compran. Es decir, el gobierno estadounidense se endeuda… pero con tasas bajísimas y con plena confianza de que pagará. Porque es considerado el lugar más seguro para invertir en todo el planeta.
Estas formas de entrada de capital (plantas, acciones, bonos y deuda) son la otra cara del déficit comercial. Mientras el país compra bienes al mundo, el mundo compra una parte de Estados Unidos. Por eso, aunque suene contradictorio, el déficit comercial no solo no es un problema: es la prueba de que Estados Unidos sigue siendo el centro financiero y productivo del mundo.

A esto hay que sumarle otro detalle: aunque en productos físicos tiene déficit, en servicios de alto valor Estados Unidos sí tiene un superávit. El déficit está en zapatos, el superávit está en software.
Sí, le compran al mundo maletas, frutas, muebles, pantalones… pero le venden al mundo tecnología de punta, asesoría financiera, software, servicios en la nube y entretenimiento digital. Cuando tienes a Apple vendiendo iPhones, no necesitas fábricas de licuadoras, y cuando tienes a ChatGPT vendiendo inteligencia artificial, no necesitas fábricas de tenis.
Trump quiere regresar a las fábricas, pero el mundo ya se mudó a la nube. Esa idea de volver al pasado industrial, aunque emotiva, no refleja la realidad actual de la economía. En 1973, uno de cada cuatro trabajadores en EE.UU. estaba en manufactura. Hoy es menos del 8%. Y no porque otros países les hayan robado el trabajo, sino porque el mundo entero cambió: ahora consumimos más servicios que productos. Es como querer regresar al VHS en plena época de Netflix.
En 1960, más del 50% del gasto de una familia estadounidense iba a bienes físicos. En 2010, sólo el 33%. El resto se va a servicios: plataformas digitales, educación, salud, banca, internet, entretenimiento. Y eso se refleja también en los salarios: un trabajador en servicios profesionales gana en promedio 43.6 dólares por hora; en manufactura, solo 34.8. El futuro no sólo se fabrica con acero... hoy también se programa con código.
Así que no, el déficit comercial estadounidense no es una señal de debilidad. Es parte de un sistema que funciona porque todo el mundo quiere estar ahí. Invierten, prestan, apuestan por su innovación. El país importa más porque puede. Porque tiene dinero. Porque los dólares que salen, regresan multiplicados en forma de inversión.
Y eso, más que un problema, es un privilegio.