Hace diez años, México tenía la mesa servida para convertirnos en un país próspero y desarrollado: 1) una población joven, creativa y muy chambeadora; 2) tratados comerciales para vender con facilidad lo Hecho en México a más de 40 países; 3) una ubicación privilegiada al lado de la mayor economía del planeta; 4) estabilidad económica; y hasta 5) una democracia funcional. Teníamos con qué, pero no quisimos; algunos creen que ya ni lo intentamos.
Con motivo del décimo aniversario de mi libro México en la generación del desarrollo, fui invitado por el Club de Lectura del IPADE para revisar qué pasó una década después ¿Nuestra generación nos encaminó al desarrollo? ¿Qué hicimos bien y qué no? ¿Qué deberíamos hacer hacia adelante?
Reitero mi convicción, México ha tenido y tiene excelentes condiciones para prosperar y crecer, no obstante, nos hemos complicado el camino y nuestro margen de maniobra ha disminuido.
Teníamos finanzas públicas sanas y estabilidad económica, eso es muy atractivo para generar inversiones y empleos. Actualmente nuestra economía mantiene cierta estabilidad, aunque las finanzas han perdido solidez. La deuda pública pasó de representar el 40% del PIB a superar el 50%. Para ilustrarlo, ahora dedicamos al pago de la deuda 13 pesos de cada 100 del presupuesto público, más del doble que hace diez años. Eso es 100 veces lo que se invierte en mantenimiento de carreteras. Así se entiende por qué hay baches hasta en los discursos y por qué faltan medicinas.
El famoso bono demográfico también se nos está agotando. En 2000, la edad promedio del mexicano era 22 años; hoy ya es de 29. Vamos envejeciendo sin haber capitalizado a nuestra población joven. Y mientras eso pasa, 30% de quienes tienen educación superior en México no consiguen empleo, porque lo que aprendieron no es lo que el mercado laboral necesita. Hay mucho talento en México, pero lo estamos desperdiciando.
¿Y la competitividad? Durante años, México fue atractivo para invertir por su mano de obra talentosa pero asequible, acceso al mercado de Estados Unidos y precios competitivos en los insumos, pero eso ya cambió.
Hoy, la electricidad es 30% más cara en México que en Estados Unidos; la seguridad es un lujo y los transportistas son asaltados a cada hora en las carreteras. Además, la reforma al poder judicial ha generado miles de dudas y no atiende los verdaderos problemas del poder judicial como la poca cantidad de jueces o las deficiencias en los ministerios públicos.
Todo esto ya desplomó la creación de empleo: desde octubre de 2024 se han creado 34 mil empleos permanentes, en siete meses, antes de la pandemia creabamos 46 mil empleos permanentes, pero ¡Cada mes!
Si antes competíamos con China, hoy nuestro verdadero rival es Texas que tiene energía barata, infraestructura, seguridad jurídica y hasta mano de obra… mexicana, así de irónico.
Exportábamos 400 mil millones de dólares al año hace una década; hoy, más de 600 mil millones. Afortunadamente este motor sigue trabajando, pero el ritmo se desaceleró: pasamos de crecer al 12% anual en exportaciones a solo 3.5%.
Y el TLC —nuestro mayor triunfo económico en décadas— está en la cuerda floja. Ya no hay certeza. Cada día pueden cambiar los aranceles de EE. UU. ¿Qué empresa va a invertir millones en México si no sabe si al día siguiente va a tener acceso a Estados Unidos? El acuerdo sigue vivo, pero la confianza se murió.
Como ejemplo de todo esto, en 2015 que salió a la venta el libro, el país crecía a un promedio anual del 2.5%. No era espectacular, pero era algo. Hoy, crecemos al 0.6%. Si siguiéramos así —y eso asumiendo que Canadá dejara de crecer por completo— tardaríamos 275 años en alcanzar su nivel de ingreso. Las cifras no son un capricho: nos están gritando que vamos en reversa.
Hasta hace poco en México había pluralidad política, el partido en el poder perdía en 7 de cada 10 elecciones, nadie controlaba el poder y había una sana rotación. Ahora, estamos de vuelta al siglo XX. En 1976, el PRI lo controlaba todo. Hoy, otro partido hace lo mismo. Ni siquiera ganaron la mayoría calificada: la arrebataron. Volvimos a un sistema donde el poder se concentra y se obedece, donde hay autocensura por miedo y todo el poder del Estado apoya a un partido y sus candidatos, las elecciones ya no son inciertas, el mundo ya no nos ve como democracia.
Sí, es cierto que bajó la pobreza. Pasó del 46% al 36%, según datos oficiales, hay que aplaudir que pongamos mayor acento en esta realidad, no obstante, es preocupante que 39% de los mexicanos ya no tiene acceso a salud. Hay que tener cuidado porque muchos de ellos gastan más en salud que el incremento que recibieron en programas sociales.
Aun así, me niego a resignarme. México sigue teniendo con qué: nuestra ubicación no ha cambiado, nuestro talento sigue vivo, nuestra capacidad de producir, crear y competir sigue ahí. Lo que se necesita ahora es recuperar el rumbo. No hay que inventar el hilo negro: sabemos lo que hay que hacer y quiero pronfudizar en ello en mis próximos escritos, en un nuevo libro que actualice lo dicho hace 10 años.
Las condiciones aún están dadas para que México se convierta en un país desarrollado. Pero el margen para errores se ha reducido. La siguiente década será decisiva. No nos demos por vencidos. Con decisión, inteligencia y visión, esta generación todavía puede ser la que lo logre.