¿Sabía usted que sin México, buena parte de la competitividad manufacturera de Estados Unidos y Canadá estaría en riesgo, con menos empleos y productos más caros?

Esa idea me retumbaba mientras participaba esta semana en un diálogo abierto entre líderes de la industria manufacturera de los tres países —EE. UU., Canadá y México—, y escuché algo que confirma lo que muchos ya tenemos en mente: nuestra integración es una ventaja estratégica que no se puede romper sin pagar un precio altísimo.

En ese encuentro les conté una anécdota que guardo desde hace años: cuando fui secretario de Turismo y estuve de gira por Alemania, asistí a una presentación en la que el CEO de Audi declaró que la industria automotriz estadounidense era competitiva gracias a su integración con México.

Fue una frase que caló hondo, porque resume una realidad: la fuerza conjunta nos hace más fuertes. Así que no dudé en cuestionarles frontalmente: ¿todavía consideran que México es imprescindible para que sean competitivos? ¿Están dispuestos a enfrentar comercialmente a China sin nuestra integración? Su respuesta fue contundente: sí quieren competir con China, pero como una región integrada.

Me dijeron que la producción entre los tres países está tan entrelazada, que ya se han hecho tantas inversiones para la producción conjunta, que deshacer esa unión implicaría pérdidas gigantescas.

Por ejemplo, un automóvil cruza hasta 8 veces la frontera antes de ser terminado, viene a México para que láminas y componentes se conviertan en subconjuntos de carrocería, regresa a EE. UU. para integrar refuerzos y sensores, regresa a México para ensamblarse con el chasis, a EE. UU. a integrar el módulo eléctrico y hacer pruebas de seguridad, nuevamente a México para instaurar interiores y finalmente a EE. UU. para finalizar el automóvil.

Romper ese tejido no sólo costaría millones de millones de dólares, pero además de ese costo, terminaríamos con industrias menos rentables y menos competitivas, que generaría menos empleos, elevaría los precios para los consumidores de los tres países y haría más difícil competir frente a China, Corea u otros países europeos, pagar por deshacer lo que funciona para terminar con algo que esté peor, es un doble costo.

Uno de los puntos más sorprendentes que mencionaron los líderes de la industria manufacturera es reconocer que si se rompiera la integración con México, EE. UU. dejaría de generar empleos que hoy sí están y produciría bienes más caros para sus ciudadanos. Además, tendría menores ingresos, lo que afectaría su capacidad de invertir en investigación y desarrollo, y dejaría un espacio para que China o incluso países de Europa o Asia ocupen ese liderazgo tecnológico.

Y eso se conecta con un hecho clave: en México, cerca del 40 % del contenido final de las exportaciones hacia EE. UU. proviene de insumos fabricados en ese mismo país norteamericano. Es decir, cuando México exporta bienes, muchos de sus insumos vienen de EE. UU. —una colaboración comercial mutua. Si, en cambio, las empresas estadounidenses trasladaran sus fábricas a Vietnam, automáticamente los vietnamitas comprarían insumos en países asiáticos, y esos empleos se perderían para EE. UU. La diferencia es clara: al “coproducir” con México, muchos empleos y valor añadido permanecen en suelo estadounidense.

Sin embargo, existe una brecha entre lo que la industria sabe y lo que percibe el ciudadano promedio en EE. UU. Algunos sectores se sienten perdedores de la globalización, y esa percepción ha encendido debates políticos sobre desintegrar relaciones comerciales. Pero en México tenemos la responsabilidad de mostrar que no somos parte del problema: somos parte de la solución. Si queremos más y mejores empleos en EE. UU., la vía adecuada es una integración productiva con nosotros.

En la reunión mencionaron, por ejemplo, que en EE. UU. hay empresas que llevan años sin poder llenar vacantes, hay una fuerte carencia de fuerza laboral, que es un recordatorio de que el mercado estadounidense no tiene todos los recursos disponibles. Nuestra colaboración puede aliviar ese desbalance, no competir con él.

En cambio, China y México tienden mucho más a ser competencia que complemento, no hay duda de que nuestros intereses están más alineados con EE. UU. pero debemos buscar un acomodo con China que no nos ponga en conflicto frontal con Norteamérica y al mismo tiempo nos favorezca tener relaciones comerciales con ambas partes.

Pero curiosamente, saliendo de esa reunión nos enteramos de otra señal preocupante: Jamieson Greer, representante de Comercio de EE. UU., declaró que "México ni siquiera está cumpliendo con partes importantes" del tratado —refiriéndose al sector energético y a la falta de seguridad jurídica—. Al día siguiente, Donald Trump reiteró su preferencia por acuerdos bilaterales. Estas declaraciones implican riesgos para el tratado comercial que nos une.

Y aquí está la paradoja: aunque los industriales entienden la importancia de mantener la integración, en México seguimos impulsando reformas y prácticas gubernamentales que socavan nuestra relevancia ante socios clave. No es un asunto ideológico: son decisiones mal pensadas que, como dije, parecen más “tontológicas” que estratégicas, que además reflejan la obsesión por concentrar cada vez más poder en menos manos.

En ese contexto, la industria nos hace un llamado: necesitamos definir el éxito en común, que el gobierno de Estados Unidos se perciba ganador, pero nosotros también: el slogan Primero América” no puede entenderse como “América Sola. Si la integración se rompe, todos los países del bloque perderán competitividad frente al resto del mundo.

Mientras algunos usan un lenguaje divisor, nosotros debemos seguir construyendo puentes. La pertenencia de México a la producción integrada norteamericana no es una carga, es una ventaja. No somos un problema, somos parte de la solución.

Que este llamado no se quede en palabras ni en reuniones. Que llegue al corazón del ciudadano común, al legislador, al empresario, al académico. Que comprendamos juntos que nuestra fortaleza como región no está en la independencia aislada, sino en la cooperación inteligente. Porque si queremos un futuro más justo, innovador y próspero para México, para EE. UU. y para Canadá, la integración comercial y productiva es el camino que no podemos abandonar.

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