Un solo párrafo le dedicó Joe Biden a las relaciones de Estados Unidos con el mundo. Así de graves le parecen al gobierno entrante las condiciones de polarización política, fricción racial y cuestionamientos a la democracia que le heredó Donald Trump. El discurso del presidente 46 tuvo un único objetivo: llamar a la unidad de los estadounidenses, a no confundir los desacuerdos con la confrontación y, algo que parecería evidente pero ha dejado de serlo, a privilegiar la verdad sobre la mentira.

La pregunta que viene a la mente de inmediato es si el mensaje pronunciado por Biden en las escalinatas del Capitolio será suficiente medicina para curar las heridas tan profundas que generó Trump a lo largo de cuatro años. Si leemos con detenimiento el discurso inaugural, se podrá advertir que ofrece a sus adversarios fumar la pipa de la paz, pero en caso de que no entren en razón se les aplicará todo el peso de la ley. A quienes tomaron por asalto las instalaciones del Capitolio los calificó sin ambages como terroristas domésticos y supremacistas raciales. Ese tipo de comportamientos, lo dejó bien claro, serán combatidos con la mayor severidad. De esta manera, se pretende neutralizar a aquellos que se encuentran en la extrema derecha y que simplemente no conciben ni conceden que Biden sea su nuevo presidente. Dependerá mucho de cómo se comporten estos elementos para conocer el tratamiento que recibirá en los próximos meses el líder político de estas agrupaciones; es decir, el trato que le dispensarán a Donald Trump.

Y quizá este sea el reto político más delicado que enfrentará Biden. Si trata con dureza a su antecesor corre el riesgo de crear un mártir y un movimiento que verdaderamente pueda calificarse de “trumpismo”. Si, por el contrario, se hace de la vista gorda ante el llamado que hizo Trump para rechazar con medios violentos la voluntad democrática de los norteamericanos, estará abriendo la puerta a que sus seguidores piensen que es Biden es un presidente ilegítimo y por ello se vale aplicar cualquier forma de resistencia o rechazo a la autoridad. Lo más probable es que el nuevo Congreso se encargue de desahogar ese dilema, con la decisión de continuar con el juicio político que se le abrió antes de su partida de la Casa Blanca. En cualquiera de los escenarios, los más resentidos dirán una y otra vez que el llamado de Biden a la unidad no los considera a ellos dentro del paquete y, lo más delicado, abrirá la puerta para que Trump se victimice y mueva sus fichas por debajo de la mesa.

En realidad, es sólo cuestión de tiempo para que se produzca un choque de trenes entre el presidente saliente y el entrante. La naturaleza antidemocrática de Trump, el enorme resentimiento con el que salió de Washington, su incredulidad ante su derrota y el fracaso que significó su gestión, encarnada en su decisión de no asistir a la ceremonia de transmisión de poderes, lo hará más beligerante y sujeto a cometer nuevos errores y violaciones de la Constitución. En esos términos, lo único que tiene que hacer Biden es tener paciencia y en cuanto reúna los elementos suficientes, llevarlo a enfrentar la ley.

Internacionalista

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