Una noche que no se olvidará para los casi 80 mil mexicanos que estuvimos ahí, en un Estadio Azteca lleno de pasión.
Por eso, me gustaría darle claridad a lo que se vive en dos partes: La de los jugadores, lo que implica el tema del trabajo del equipo del Jimmy, quien sabe que el gran error fue el juego en Honduras. La otra es una lectura que percibí de los aficionados.
En la cancha: Malagón suplió de forma monumental a Memo. Nuestros laterales son una mala broma. Jorge Sánchez, desastroso. Araujo, quien entró por él, igual. Gallardo, muy miedoso.
Nuestros centrales no pasan por buen momento. Montes no sabe salir. Johan, sin categoría.
Ni Chávez ni Chiquito Sánchez pesaron. Edson, el mejor de la noche: Retiene y mete la pierna.
Arriba, Antuna, asustado otra vez. Henry “cansando a los rivales”, y atención con el terrible nivel del Chucky.
Los cambios eran lógicos, pero Santi aún no sabe cómo pesar. Quiñones se asustó con el escenario. El Chino Huerta se atrevió, pero sin puntería.
Y habría que analizar cómo se tarda en ajustar Jimmy.
Ahora, fue mágica la noche en el Azteca, por su gente, aunque tristemente nunca dejó de gritar “¡Pu...!”, y en parte por el sonido ambiente. Sí, se sentían provocados, ya que trataron al aficionado como en Estados Unidos, con cánticos ficticios. Debemos dejar que la afición haga su juego, se meta, grite y reaccione. ¿Se imaginan en Honduras o cualquier país centroamericano haciendo algo similar, cuando le gritan todo a los equipos visitantes, y más cuando va México?
También por eso, la gente estaba enojada y seguía gritando. Hoy, quieren callar a como dé lugar a la afición mexicana.
La tensión se sentía; dejen que el monstruo de las 70 mil cabezas haga su partido, se vuelva a conectar con este hermoso deporte y se vuelva a sentir representado.
¡Bienvenidos, bienvenidos! A un México in extremis.
