Aterrizamos al mediodía en la bellísima ciudad regiomontana, que alberga una final más, lo que es una costumbre ya de los últimos 20 años, porque los duelos por el título de Liga MX, Concacaf y cuando había Copa, pasaban casi siempre por esta ciudad.
Se vive una euforia muy especial y poderosa por la forma en la que los Tigres se metieron a la final, superando todas las adversidades y calificativos.
El equipo que fue tachado de viejo, caduco y sin rumbo, encontró en sus figuras y leyendas la capacidad de encarar un reto más.
Después de que fueran eliminados por León en semifinales de la Concacaf, lograron clasificar en séptimo puesto, más allá de perder seis juegos en casa, lo cual es una locura para esta generación, que cayó contra Rayados, América y las mismas Chivas en el Volcán.
Lograron enfilarse a la hora buena y eliminar —de nueva cuenta— a su odiado rival y en su casa, con el jugador que vive el mejor presente en esta Liguilla y está llamado a ser la nueva figura felina: Sebastián Córdova.
Lo mejor de esta historia es que tienen la oportunidad de vengarse del único equipo que le ganó una final de Liga MX a André-Pierre Gignac: las Chivas.
El tema es que el Rebaño Sagrado también llega a la final con la moral muy arriba, después de eliminar al Atlas y al América con mucho drama y mucha sangre en ambas llaves.
El equipo de los mexicanos vuelve a meterle mucho sabor a la final.
La euforia en todo el país y el tema de los boletos es una locura que sólo el Rebaño Sagrado provoca.
Serán 180 minutos de muchísimo nervio.
El último baile de los Tigres y sus leyendas contra las Chivas, será una agasajo.
¡Bienvenidos, bienvenidos! A la gran final del futbol mexicano.