El pasado 20 de enero, EU sorprendió al mundo: la rotonda del Capitolio, el mismo lugar que fuera brutalmente asediado el 6 de enero de 2021 por las huestes encauzadas por Trump, para alterar el resultado electoral y permanecer en el poder, fue el sitio elegido para tomar el juramento constitucional con su mano en la Biblia como el presidente número 47 a un hombre declarado criminal convicto por el juez Juan Merchan, de la Corte Penal de Manhattan, NY.
El mismo lugar donde ondeó la bandera confederada y paseó a sus anchas Jake Angeli, o “QAnon Shaman”, el siniestro personaje con la cara pintada que portaba un casco con cuernos, y quien ocupó la silla de la presidencia del Senado.
No, no fue un acto de desagravio a lo acontecido cuatro años atrás. Por el contrario una grosera escenografía en el emblemático paraje de su democracia, en torno a un criminal que convocó a la unidad de toda la clase política, así fueran demócratas (Clinton y Obama –con la sola y digna excepción de Michelle) o republicanos (Bush), a ambas Cámaras del Congreso, a los “justices” de la Suprema Corte, y los oligarcas Zuckerberg (Facebook), Musk (Tesla, Space X y X), Bezos (Amazon y The Washington Post) y Pichai (Google), todos sumisos y prestos a aplaudir un discurso marcado por un tono vengativo pletórico de odio y agresión, sobre todo contra los migrantes que han contribuido a la economía de su país. De expulsar a los jóvenes mexicanos que ordeñan vacas en las granjas, se desplomaría la industria lechera en Vermont, su fuente principal de ingresos.
A diferencia del de 2017, el discurso de 2025 fue nacionalista y populista al extremo, incluyendo ahora el expansionismo estadounidense hacia Groenlandia, el Canal de Panamá y renombramiento del Golfo de México.
La narrativa expansionista abarcó también a la composición social de EU, lo que le confiere un tufo totalitario. Ahora Trump, el guerrero en favor de la inclusión binaria tradicional, ha decidido que sólo existen hombre y mujer, y rechaza cualquier otra forma de orientación sexual.
No tardó en desafiarlo la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de su propio país, al destacar para el Oscar de mejor película a dos films que reconocen la variedad de géneros.
En la película “El Cónclave” Edward Berger con el actor Ralph Fiennes, dirige la batalla por la silla del sucesor de Pedro, del ámbito político al de la intersexualidad, nada menos que en el liderazgo de la Iglesia Católica.
La película más nominada (13) “Emilia Pérez”, dirigida por el francés Jacques Audiard, narra la transformación de género de un narcotraficante en mujer, escenificada por la actriz trans Karla Sofía Gascón, nominada a mejor actriz.
El tema identitario dominó en la pantalla grande también con las películas “La Sustancia” (Demi More) y “Un hombre diferente” (Sebastian Stan). Pero la sociedad no lo percibe como un problema, simplemente como una realidad: “Así me hizo Dios” afirma un cardenal intersexual, contrariamente a Trump que sólo reconoce hombre o mujer.
En “El Aprendiz”, el cineasta iraní Ali Abbasi indaga en los inicios del joven Donald en el mundo de los negocios en Nueva York, para entender mejor su desplante y arrogancia actual, donde descubre la influencia en la formación de un carácter abrasivo y violento, del abogado homosexual Roy Cohn (Jeremy Strong), a fin de doblar a quien fuese necesario con amenazas y chantajes, para favorecer su ambición empresarial, concluyendo con las 3 reglas que a rajatabla le vemos aplicar hoy en día desde Washington: 1) El mundo es un caos, para sobrevivir hay que atacar, atacar y atacar; 2) La verdad es lo que yo digo que es la verdad y 3) Jamás aceptes una derrota, únicamente la victoria.
Paradójicamente, la industria cinematográfica de su propio país lo encara, y contradice sus intentos de moldear a los EU y al planeta, como diría Schopenhauer: “El mundo como [su] voluntad y [su] representación”, esto es, a su imagen y semejanza.
Docente/investigador por la UNAM