Es difícil encontrar en la historia de EU dos mandatarios en polos tan opuestos respecto a la relación con México, como los que mantienen Trump y Biden.

El mejor precedente está en James Polk y Abraham Lincoln a mitad del siglo XIX. Polk condujo la guerra contra México, a la que Lincoln se opuso como “guerra injusta”, posición invariable durante su presidencia y estupenda relación con Benito Juárez.

Al anunciar su candidatura en 2015, Trump calificó a los mexicanos migrantes como “gente con un montón de problemas, en muchos casos criminales, narcotraficantes y violadores”. Mantuvo la amenaza hecha realidad, de la construcción de un muro en la frontera con México, que “debían pagar los mexicanos”.

En reciente mitin en Ohio, Trump denostó públicamente a nuestro presidente y al canciller Ebrard, al decir: “Nunca he visto a nadie doblegarse así”, y con sorna afirmó haber obligado a nuestro país a desplegar una fuerza militar en la frontera sur, para evitar imponernos un 25% de aranceles a las exportaciones mexicanas.

En su libro A Sacred Oath y entrevista con 60 Minutes (Youtube), Mark Esper, exsecretario de Defensa de Trump, reveló que su jefe le sugirió disparar misiles Patriot contra los laboratorios de los carteles en territorio mexicano. Esper le dijo que violaría el derecho internacional y sería terrible para su vecino del sur, a lo que Trump replicó “nadie sabría que fuimos nosotros” (sic). En el programa de radio, “The Clay Travis and Buck Sexton Show”, afirmó que EU debiera hacer lo mismo con México que Putin en Ucrania, esto es, invadirnos.

En el polo opuesto, Biden reitera la política del buen vecino de Roosevelt. Canceló la construcción del muro, terminó con la separación de los hijos de migrantes ilegales de sus padres, y aceptó trabajar con AMLO para atender la migración centroamericana; además de regularizar a los casi once millones de ilegales en EU. El problema migratorio no se ha resuelto, pero puede discutirse con elemental decoro y decencia con la administración Biden, sin los amagos e insultos de Trump.

Para celebrar la batalla de Puebla, el pasado 5 de mayo los Biden invitaron a la Casa Blanca como huésped distinguida a la escritora Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente, (¿lo hicieron Trump y Melania?). Frente a ella, Biden negó que México sea el “patio trasero sino el delantero de EU” y agregó que “EU y México son más que buenos vecinos, son verdaderos amigos, socios. Existe un vínculo inquebrantable fortalecido por nuestro respeto mutuo”.

En ese contexto de la polarización creciente sobre México entre Trump y Biden, en 2020 el presidente AMLO visitó a Trump en la Casa Blanca y le dijo: “En lugar de agravios hacia mi persona, y lo que estimo más importante, hacia mi país, hemos recibido de usted comprensión y respeto”.

Después de la injuria de Ohio, en reciente mañanera expresó: “A mí me cae bien Trump, aunque sea capitalista”, y a pregunta expresa: “¿Le faltó el respeto?”, respondió: “Él es así y hay que ver las circunstancias”.

Es entendible, como lo dijo el presidente, no “ponernos con Sansón a las patadas” (CELAC 2021) y buscar una relación llevadera con el poderoso vecino, pero eso no puede incluir la cortesía diplomática con quien nunca ha tenido la mínima “comprensión y respeto” hacia México, antes, durante y después de su mandato. Un mínimo de decoro y pundonor para reclamar con dignidad a quien se vive insultando y agrediendo a nuestro país (Trump) y dar la mano a quien nos respeta (Biden), no es mucho pedir.

Docente/investigador de la UNAM

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