Chile hizo memoria (equívoco llamarle conmemoración) del golpe militar que asestó Pinochet al presidente constitucional, Salvador Allende, un 11 de septiembre de 1973.
El significativo evento que contó con la presencia de algunos mandatarios y el juez Baltazar Garzón, quien logró arraigar a Pinochet en Londres, se llevó a cabo frente al Palacio de la Moneda bajo fuego por cielo y tierra por órdenes de Pinochet.
Lo mejor fue el “Compromiso de Santiago” propiciado por el presidente Boric que suscribieron los exmandatarios chilenos (Frei, Bachelet, Lagos y Piñeira) y mandatarios asistentes, incluido AMLO. Consta de 4 puntos: 1) Cuidar y defender la democracia respetando la Constitución, las leyes y el Estado de Derecho contra las amenazas autoritarias, de la intolerancia, y del menosprecio por la opinión del otro; 2) Enfrentar los desafíos de la democracia con más democracia, nunca con menos, condenando violencia y fomentar el diálogo; 3) Defensa y promoción de los derechos humanos un valor compartido por toda la comunidad sin interponer ideología alguna a su respeto incondicional; 4) Fortalecer la cooperación entre Estados con un multilateralismo maduro y respetuoso de las diferencias con objetivos comunes para el desarrollo sustentable de la sociedad.
¿Respetará AMLO el compromiso que suscribió, que rechaza el menosprecio por la opinión de otro, frecuente ejercicio en las mañaneras?
La extrema derecha con la Unión Democrática Independiente (UDI) justificó el golpe como “algo inevitable” por “la situación extrema que vivía Chile y la severa polarización provocada por un sector de la izquierda”. En esa línea, Sergio Sarmiento en su artículo “Allende y Pinochet” presenta a Allende como un socialista/marxista cercano al nazismo, que incumplió sus promesas, y “fue un autócrata que destruyó la economía y la democracia de Chile” (Reforma 11/sept p. 10). Allende fue electo con un programa económico socialista, y ni en su acceso al poder (contendió 4 veces en ejercicios democráticos) y durante su mandato, dio viso alguno de querer llevar a Chile a una dictadura y permanecer indefinidamente en el poder, como Castro en Cuba. Cordialmente difiero de mi amigo Sergio. El agente destructor de la democracia chilena fue Pinochet, no Allende.
En México concluyó la elección primaria/no primaria de Morena con la crónica de una victoria anunciada tiempo atrás, de Claudia Sheinbaum como coordinadora de la 4T. El único sorprendido fue Marcelo Ebrard. Estima irregular por múltiples “incidencias” el procedimiento de la encuesta y exige su reposición. Su actitud posterior lo ha llevado a un impresionante mimetismo con su mentor Manuel Camacho, en la sucesión de Salinas.
Marcelo parece olvidar 3 experiencias de entonces que vivió intensamente: 1) Los reiterados focos ámbar y rojos que él mismo prendía a su jefe antes del destape de Colosio, como señales que apuntaban en otra dirección y que Camacho nunca aceptó convencido de que su “hermano” Salinas le dejaría la silla presidencial. ¿Ahora Marcelo no pudo o no quiso entender señales equivalentes que todos vimos?; 2) El resultado final fue adverso a Camacho quien luego opacó desde Chiapas la campaña de Colosio. ¿Busca hacer lo mismo Marcelo con Claudia a partir del próximo lunes?; 3) La reiterada presencia mediática y la ambigüedad discursiva que sólo prolongaron la agonía de la crónica de una muerte política anunciada de Manuel.
Marcelo agotará la instancia interior de su partido, para luego acudir al Tribunal Electoral (puede hacerlo desde ahora con un per saltum) y no tener que esperar lo que es evidente: Morena desestimará sus incidencias y confirmará a Claudia. Si el tribunal ratifica la resolución de su partido, acaso se irá a la CIDH en Washington DC y así ad eternam cada vez más alejado de la real-politik.
Marcelo, un hombre honesto y político afortunado que ha sabido sortear la adversidad, debiera releer El Príncipe, de Maquiavelo, que enseñó que quienes desconocen las nuevas circunstancias existentes por seguir creyendo en su fortuna, están condenados a la ruina.