…un reino en el que un monarca sexenal, gobernaba a un pueblo de súbditos, eligiendo a sus representantes. El monarca era el ¡Gran Elector!
Con el tiempo, una parte de sus súbditos, la generación del 68, maduró tanto políticamente, que decidieron convertirse en ciudadanos, e invitar al resto de la población a hacer lo mismo. Así el pueblo, y no el monarca, elegiría al gobierno.
Al monarca no le gustó ver a sus súbditos convertidos en ciudadanos pues su reino pasaría de monarquía a república. Reprimió a los súbditos rebeldes, causando no pocas muertes para confirmar su poder. La represión derivó en masacre y provocó una crisis de tal magnitud, que fue imposible detener la transición de la monarquía hacia la república. En los siguientes 30 años, la república desarrolló instituciones que aseguraban las libertades y los derechos de los ciudadanos para elegir a sus gobernantes. Pronto aprendieron a premiar y castigar con su voto, generando alternancias en todos los niveles de gobierno.
Pero a uno de los súbditos, que nació, creció y se educó en la monarquía sexenal, no le gustó esa auténtica transformación y decidió combatirla para imponer la suya. Con un ejército de fieles seguidores, conquistó el poder gracias a la democracia que la generación del 68 había impulsado.
Sentado en la silla republicana decidió que era un error histórico haber eliminado la monarquía sexenal. Había que regresar a ella, con un monarca sin contrapesos y se dedicó a desmantelar a la república. En su afán destructor, encontró un fuerte obstáculo en la función judicial, que le había detenido varias de sus leyes por ser contrarias a la Constitución.
Faltando unos meses para concluir su mandato, desplegó una guerra sin cuartel contra el poder judicial. Para someterlo se le ocurrió hacer electivas las judicaturas, mediante una reforma judicial.
¿Un juzgador electo?, se preguntaron los ciudadanos. ¿Cómo se van a configurar candidaturas sin partidos?, ¿Cómo los conocerá el ciudadano para elegir libremente a su candidato?, ¿candidatos a juzgador haciendo campañas?; ¿ofreciendo qué, acaso cancelar la paridad?
Para resolver todos esos problemas el monarca diseñó un Plan C con todo tipo de artimañas: al no contar con mayoría para aprobar su reforma, arbitrariamente creó una sobrerrepresentación espuria (74% de curules con 54% de votos)y como ni así le alcanzó el número en una de las Cámaras, vendió favores y extorsionó para conseguir la mayoría calificada. La validó capturando a los dos organismos que en la república fungían como árbitros autónomos. Después se aseguró que las candidaturas afines a su ideario figuraran en las boletas, pero como resultará muy complicado al votante seleccionarlas a la hora de votar, instruyó a sus huestes para recurrir al acarreo y distribución de acordeones para inducir el voto. Las acordones fueron un éxito rotundo: el 100% de los ganadores a la Corte figuraban en ellas.
Con prácticas y vicios superados durante la república, el monarca sometía al poder judicial, y reestablecía el régimen hegemónico de la monarquía sexenal, sin auténtica división de poderes y con ciudadanos transmutados en súbditos.
Todo le había salido a la perfección salvo porque el pueblo ya había aprendido a ser ciudadano y se negó a regresar a ser súbdito de nuevo: menos del 13% (con 25% de votos nulos y en blanco) del listado oficial, acudió a las urnas para elegir a los juzgadores como quería el monarca, repudiando con casi el 90% su reforma judicial, mientras que en las elecciones para alcaldes que se llevaron simultáneamente en dos estados, la participación electoral pasó del 50% en ellas.
Con la captura de las 3 funciones del Estado, ejecutiva, legislativa y judicial, la república democrática regresó a la monarquía sexenal.
Lo que no acaba de asimilar el monarca es que, si bien capturó al Estado, no así a su pueblo, porque no entiende que la democracia no se mide por las acciones extraordinarias de sus líderes, sino por las acciones ordinarias, que en forma extraordinaria realizan sus ciudadanos. Éstos simplemente ¡se negaron a votar!
Docente/investigador de la UNAM