Ahora que estamos rebautizando calles, avenidas o estaciones del metro bueno sería agregar a nuestro Zócalo, el apellido de “La Plaza de la Democracia”, por la historia de sucesos democráticos significativos que ha cobijado. Hechos que dieron congruencia a la arenga desde el balcón central el 15 de septiembre pasado cuando, en adición a la mención de las heroínas y los héroes que nos dieron Patria y Libertad para conmemorar nuestra Independencia, el Presidente de la República a pulmón batiente, con el lábaro patrio en una mano y repicando la campana de Dolores con la otra, exclamó ¡VIVA LA DEMOCRACIA!.
Reflexionando sobre la inevitable asociación entre el Zócalo de la Ciudad de México y la democracia, llegué a las siguientes conclusiones que comparto con los amables lectores, para fundamentar mi propuesta:
Quinientos años atrás, exactamente en esa explanada, cayó el imperio azteca, no por un grupo de españoles como se quiso difundir con base en las Cartas de relación de Cortés, sino frente a una alianza multitudinaria, con varios pueblos indígenas vasallos de los mexicas, (¿Quién conquistó México?, Federico Navarrete, Debate, 2019), lo que dio pie a tres siglos de Colonia, que concluyó con la Independencia a partir de 1810, que festejamos ese día.
Fue en esa plaza y en ese mismo palacio, donde está el recinto del Congreso Constituyente de 1857, que le dio a México su Constitución liberal, en cuyo artículo 40 por vez primera en nuestra historia se indicó que es voluntad de nuestro pueblo erigirse en una República representativa, DEMOCRÁTICA, y federal, precepto que pasó a la carta de 1917.
Era la misma plaza que a principios del siglo XX recibió y aclamó a Madero, el Apóstol de la Democracia, cuando levantó a México el 20 de noviembre de 1910, para derrocar a una dictadura, sí la dictadura de Porfirio Díaz, e instaurar la democracia en nuestro país. Por lo tanto era congruente el grito ¡VIVA LA DEMOCRACIA! en ese lugar y en esa ocasión.
En 1968 fue la plaza donde miles de jóvenes universitarios y politécnicos protestamos en medio de tanquetas militares, contra un régimen asfixiante de partido hegemónico que representaba una enorme mentira autoritaria: mientras en las aulas se enseñaba a niños y adolescentes que México era una democracia según la Constitución, en la calle un solo hombre decidía por todo un pueblo quien sería su sucesor, quienes los 32 gobernantes de las entidades federativas, quienes los senadores, el 90% de los diputados y todos los ministros de la SCJN. Y por reclamar la validez de nuestra Carta Magna, fueron acribillados a balazos cientos de jóvenes cerca de ahí en la Plaza de las tres Culturas en Tlatelolco, un 2 de octubre que nunca olvidaremos. Otra gran gesta democrática.
Fue esa misma plaza la que se llenó varias veces para protestar por el fraude electoral que supuestamente se le había cometido primero a Cárdenas, y luego a AMLO, y más aún por el intento de excluir al segundo de una gesta electoral democrática. Ese mismo Zócalo, estaba a reventar para apoyar su derecho a participar en las elecciones del 2006. Plaza en la que celebró su indiscutible triunfo en 2018, con más de 30 millones de votos como un presidente democráticamente electo por su pueblo.
Por todas esas gestas democráticas, especialmente las últimas, resultó muy sorprendente que al día siguiente, el 16, en nuestra ágora (sitio de congregación ciudadana libre en Grecia), donde cada año gritamos VIVA MÉXICO y desfila nuestro Ejército frente al pueblo, otro hombre que no fue electo por el voto de sus ciudadanos, sino impuesto, que apenas el pasado 11 de julio reprimió a su gente por protestar falta de alimentos, medicinas y libertad, es decir, la antítesis democrática, fuese el invitado de honor y se le diese la palabra frente a ¡nuestras Fuerzas Armadas!
Estoy convencido que esa plaza debe llamarse El Zócalo y apellidarse, la Plaza de la Democracia.