No conquistamos la libertad para ser esclavos de nuestras costumbres.
Theodora Kallifatides
Hace 253 millones de años, la zona hoy conocida como Siberia entró en una época de severa agitación volcánica que acabó con el 90% de las especies de animales y plantas del mundo. Esta extinción masiva es la más grande de la que se tenga registro; la tierra tardó 10 millones de años en poder recuperarse. Sin embargo, las tragedias tienen su contraparte: las extinciones masivas generan oportunidades evolutivas para nueva vida, y es en estos espacios entre una extinción y la recuperación biológica, donde la naturaleza puede darse el lujo de sus más audaces inventos. A este fenómeno se le conoce como radiación adaptativa.
La ecuación es sencilla: en condiciones normales la presión por la supervivencia es tan grande que las especies no pueden darse el lujo de la “creatividad” evolutiva. Sin embargo, en estos breves intervalos, la competencia por nichos y ecosistemas disminuye drásticamente, y las plantas y animales supervivientes tienen oportunidades evolutivas mucho más amplias. De la nada, la naturaleza experimenta de forma inusitada y los mejores inventos prevalecen. Si durante la mayor parte de la historia las especies simplemente se modifican y adaptan, después de un cataclismo tienen la posibilidad de reinventarse. La analogía con la sociedad se cuenta sola.
El 13 de junio de 1950 la CIA generó un análisis sobre el ejército norcoreano. “El movimiento reciente del ejército de Corea del Norte hacia el sur constituye probablemente una acción defensiva... la posibilidad de una invasión es improbable”. El 23 de junio, la ONU hizo una inspección y corroboró el reporte: no hay indicios de guerra. El 25 de junio de 1950, un batallón del ejército de Corea del Norte cruzó el paralelo 38 e invadió Corea del Sur. Kim il-sung creía que el momento de reunificar a las Coreas bajo su mando había llegado; Stalin y Mao coincidieron. Estados Unidos no. Tres años después la guerra de las Coreas había dividido más a las Coreas, dejado 3 millones de muertes, y uno de los saldos más negativos de muertes civiles en la historia moderna.
El saldo de la guerra fue desastroso; la guerra acabó con la economía de Corea del Sur y dejó al país con un PIB del tamaño del de Ghana; el costo de la reconstrucción parecía mermar cualquier esperanza de futuro. Sin embargo, de alguna manera la crisis obligó a los coreanos a reinventarse: transformaron su economía agrícola en una economía de tecnología y elaboraron un plan económico y urbano disciplinado y ambicioso. Unas décadas después, Corea del Sur entraba a la lista de los países desarrollados por primera vez en su historia. Desde la destrucción más absoluta, Corea encontró la manera de reinventarse. En tan solo unos años, Corea del Sur pasó de ser uno de los países más pobres del mundo a una economía de altos ingresos; los expertos lo llamaron el milagro del río Han.
La cotidianidad rara vez provee márgenes amplios para la invención. El mundo, las sociedades y la gente, encuentran en las grandes crisis una oportunidad que escasea en tiempos normales: la desesperación que permite reinventarse. La gran extinción del triásico permitió que el mundo inventara una de sus criaturas más raras, los dinosaurios. La extinción del cretácico permitió una especie aún más extraña, la nuestra. De igual forma, las grandes historias de reinvención social suelen venir después de las crisis. Los milagros económicos y sociales de Alemania, Japón o Corea del Sur se gestaron en sus momentos más críticos. A nivel personal suele ser igual. Los humanos encontramos la fuerza para reinventarnos cuando sentimos que no tenemos nada más que perder.
Sin embargo, una gran crisis no garantiza una gran reinvención, para eso se requiere creatividad, agallas, disciplina y organización. En medio de toda la devastación, se abre una ventana de oportunidad: la de una radiación adaptativa social. ¿La tomamos o la desperdiciamos?